EL “REALISMO TEOLÓGICO” DE KIERKEGAARD

  1. Es patente en Kierkegaard un leitmotiv que afirmó duranre toda su vida: no teoría y puro saber, sino acción y vida; no objetividad neutral e imparcial, sino empeño y decisión de toda la persona.  A eso yo le llamo ‘irónicamente’ realismo teológico. Escribe Kierkegaard en su Diario el primero de agosto de 1835 :«Lo que me hace de veras falta es ver perfectamente claro lo que debo hacer, no lo que debo saber». 
  2. Nada aprovecha tanto a a Kierkegaard saber especulativamente una verdad denominada objetiva, Ningún sentido tiene para Kierkegaard la verdad colocada ante él, fría y desnuda, en su pura objetividad. La cosa está en reconocerla y aceptarla vitalmente. Esta postura básica se explicita en una serie de conceptos particulares, que constituyen la característica más destacada del pensamiento de Kierkegaard.
  3. Uno de esos conceptos, el principal, es el de existencia. ¿Conciencia o yo? Con este concepto Kierkegaard se aparta efectivamente de la filosofía de la conciencia, del puro pensamiento conceptual, de Hegel, en especial de aquella su universalidad y de la objetividad despersonalizada y va tras el yo, en su singularidad e interioridad; busca un vivir desde esta interioridad del yo. Esto representa algo más profundo que el pensamiento, puesto que la misma manera de pensar y de concebir las cosas depende de esta interior comprensión del yo.
  4. La palabra «sistema» aquí empleada no es para Kierkegaard sino otra expresión de ese centro focal en el que confluyen todos los rayos, y del que a su vez parten todos, para imprimir así a toda decisión positiva o negativa del espíritu un sello individual, la singularidad y la actividad irrepetible de la existencia personal, que es algo más que un mero saber comprensivo. Un sistema conceptual cerrado, en el sentido usual, no cabe ciertamente en el yo existente de Kierkegaard. Y con esto se enfrenta de nuevo contra Hegel: «Todo lo que sea hablar de una unidad superior que une en síntesis a los contrarios absolutos es un atentado metafísico contra la ética».
  5. Kierkegaard teme por la sustancia del yo, por su realidad, que es actividad originaria y radicalmente personal. Su yo existencial quiere estar siempre en movimiento, siempre abierto. Más importante que el sistema es, para Kierkegaard, el tiempo, más que el concepto, el hecho, y por encima de lo universal está lo particular y el individuo. La superación en un concepto más elevado es solo cosa de la mente, mientras la realidad misma está bajo la ley del singular. Éste es lo verdaderamente real.
  6. Repetición en vez de recuerdo. Al universal de Hegel opone Kierkegaard su aut-aut. Ya el título de este célebre libro, Aut-Aut (Enten-Eller) expresa bien la idea. Traducido al lenguaje de la problemática histórica en torno a los universales, quiere decir lo siguiente: así como Aristóteles reclamó para el individuo (la sustancia primera), frente a Platón, la auténtica y decisiva realidad, relegando el universal abstracto a la esfera de la mente, Kierkegaard procede de forma parescuda frente a Hegel. Por ello sustituye la mediación y el recuerdo de Hegel por su concepto de ‘repetición», al que dedicará uno de sus libros.
  7. Según la dialéctica de Hegel, la vida avanza a medida que los contrarios van quedando en ‘recuerdo’ (Er-innerung = interiorización, internamiento), eliminados y absorbidos en el concepto que sirve de puente a la síntesis superior. Se mueven, por decirlo así, por los raíles del concepto que señala todos los caminos y, con ello, elimina toda decisión, toda acción y toda responsabilidad, reduciendo el yo a un simple momento del proceso total. Frente a ello, Kierkegaard quiere salvar al yo del resbaladizo universal; cada yo ha de decidir por sí. Tiene ciencia y recuerdo de lo que es; pero el uso de ese saber es personal y exclusivo de cada yo independiente en su existir. A eso llama Kierkegaard ‘repetición’. El ‘recuerdo’ hegeliano es pasividad sobre la que cabalga el movimiento impersonal y universal del concepto; la ‘repetición’ kierkegaardiana es actividad radicada en el individuo singular.
  8. La paradoja y el salto. Esta concepción no presupone que el ser sea, como en Hegel, algo racionalmente intuible y que la ontología sea propiamente lógica, sino al revés, la racionalidad queda vencida por la irracionalidad. El mundo es paradoja y el hombre se encuentra en su vida siempre entre el riesgo y el «salto». El proceso histórico no está determinado lógicamente, ni puede ser deducido del recuerdo de lo precedente. No es continuidad, sino más bien se realiza mediante el golpe seco de la decisión, mediante el salto arriesgado. «La historia de la vida individual avanza en un movimiento de situación. Cada situación se constituye por un salto» (Werke, XI; XII, 116). Esto trae la angustia; «cada situación lleva en sí la posibilidad y, en ella, la angustia» (ibid.). «La angustia anticipa el futuro, adivina la consecuencia antes de que llegue, igual que barrunta uno el tiempo» (Werke, XII, 119). Pero en el trasfondo está la libertad, y esta libertad «es infinita y surge de la nada» (Werke, XII, 111). La angustia, anclada en la libertad y en la nada, es justamente un existencial en la filosofía de Kierkegaard y constituye el rasgo característico de la vida predicada por él, y personalmente, y en todo momento, vivida por él. Es esto revelador y decisivo para comprender su postura ante el mundo y ante Dios.”

Jaume González-Agàpito

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