PLEGARIA DEL CORAZÓN / ORACIÓN A JESÚS EL CONTEXTO TEOLÓGICO Y SACRAMENTAL

  1. Para comprender esta antigua forma de oración, es necessrio situarla en su contexto teológico y eclesial. El contexto hesicasta en el cual se desarrolló, no transciende la Iglesia. Quien ora con la Plegaria del corazón se coloca en el mismo centro de la Iglesia, es íntegramente un hombre o una mujer de Iglesia, capaz de “hacer eucaristía en todas las cosas”, como lo pedía San Pablo (1Tes. 5, 18: “ἐν παντὶ εὐχαριστεῖτε· τοῦτο γὰρ θέλημα θεοῦ ἐν χριστῶ ἰησοῦ εἰς ὑμᾶς”.
    El hesicasmo no constituye la contrapartida cristiana del yoga. Es algo más cristiano: se reubica en una actitud propiamente neotestamentaria de reencuentro personal y de gracia y en una exploración de la propua interioridad.
    Y esto se debe a la estructura misma del hombre, creado a la imagen y la semejanza de Dios.
    Sólo Cristo puede recapitularlo todo y colocarlo en su verdadero lugar, el hesicasmo, pues, fiel a esta afirmación paulina, aparece como fundamentalmnente crístico. Es una ascesis cuyo fin es la toma de conciencia de la identidad de Jesús el Cristo actuante en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu Santo y Casa del Padre.
  2. Para comprender la Plegaria del corazón es necesario recordar algunos puntos teológicos.
    – En Occidente, cuando se piensa en la noción de ‘naturaleza’, suele hacerse a través de una noción filosófica modelada por el tomismo tardío, luego, por el dualismo cartesiano, finalmente por las ciencias contemporáneas que rehabilitan, contra las ciencias humanas, el “paradigma perdido” a partir de los datos de la biología, la ecología y la etología. Y parece que la gracia viene a agregarse a la naturaleza, en una especie de “segundo piso” para contrariarla o perfeccionarla.
    – En el Oriente cristiano, la gracia de Dios se ve como algo presente en todo lo que existe. La verdadera naturaleza de los seres y de las cosas, es justamente esa transparencia de la gracia, ese dinamismo de unión con las “energías divinas” que son la manifestación de la “gracia increada”.
    La gracia es increada porque es Dios mismo que se hace participable voluntariamente, pero permanenciendo, al mismo tiempo, como el Totalmente Otro, el inaccesible (cfr. Jn 1, 18: “θεὸν οὐδεὶς ἑώρακεν πώποτε· μονογενὴς θεὸς ὁ ὢν εἰς τὸν κόλπον τοῦ πατρὸς ἐκεῖνος ἐξηγήσατο”.
  3. El abordar la naturaleza, en esta perspectiva, es abrirse a la gracia y unirse a Dios: el hombre no es verdaderamente hombre más que en Dios, no se debe hablar del hombre rebajándonos a sólo a su nivel ‘animal’. En la contrapodición “divinidad-humanidad” y “bestia-humano” hay el camino de Cristo.
    El mundo caído, aunque sigue siendo
    creación de Dios, conoce una modalidad nocturna, o si se quiere luciferiana. Es mantenido en el ser por la Sabiduría divina. La reflexión científica más reciente, muestra hasta qué punto el orden cósmico se concerta sin cesar sobre el desorden, sobre el caos. Sin embargo, ese mundo de opacidad, de crueldad y de muerte, es parcialmente contra-natura: la verdadera naturaleza la descubrimos en el cuerpo pneumatizado’ del Resucitado, del que participamos en la Eucarustía.
    El hombre ha sido creado a imagen de Dios, llamado a transformar, en la gracia, en la imagen a semejanza, en el sentido de una participación.
    La imagen designa, en primer lugar, al hombre en tanto que una vocación a una existencia personal en comunión, a la manera de la Unitrinidad, y por obra de las ‘energías’ trinitarias. Pero también designa esa naturaleza profunda, inseparable del cosmos, no fruto, sino motor secreto del devenir cósmico, y esta naturaleza es la aspiración a lo infinito, la esperanza
    de la ‘deificación’ de ka que hablaron los Padres Capadócios.
  4. El problema para el hombre radica en el expresar justamente ese movimiento hacia el infinito, en el unir el dinamismo interior del Soplo Divino a la revelación del Logos, de otro modo ese impulso suscitaría las “pasiones” y las idolatrías.
    Si se tiene presente la significación de esta noción de naturaleza, se comprende que el ser humano en su totalidad, y hasta en
    su estructura y ritmos corporales; está constituído para llegar a ser el templo del Espíritu.
    Hemos hecho, a veces lis cristianis, del cristianismo un asunto del alma, un asunto psicológico e incluso una ideología. Pero, en la tradición de la Iglesia se encuentra la idea, muy fuerte, de que el hombre es creado para estar unido con Dios en todo su ser, el espíritu, el alma y el cuerpo. Y no se considera aquí el espíritu como una facultad particular, sino como ese centro dónde todas las facultades se unen, dónde el hombre todo entero a la vez se reúne y se sobrepasa. En suma, es la inscripción en toda la naturaleza del hombre de su vocación de persona.
    Un occidental, marcado por una especie de platonismo inconsciente, tiene tendencia a acercar el Espíritu y al espíritu, despreciando el cuerpo. En realidad, el Dios viviente trasciende también radicalmente tanto lo inteligible como lo sensible y, cuando se da, transfigura tanto lo uno como lo otro.
  5. La antropología del hesicasmo es, por consiguiente, unitaria. Pone el acento sobre los dos ritmos fundamentales de nuestra existencia psicosomática, el de la respiración y el del corazón.
    – El ritmo respiratorio es el único que podemos utilizar voluntariamente, no para dominarlo sino para ofrecerlo; él determina nuestra temporalidad vivida, la acelera o la calma, la encierra sobre sí misma o la abre sobre la Presencia.
    – El ritmo del corazón ordena el espacio-tiempo alrededor de un centro, del que todas las tradiciones espirituales saben que es abismal, que puede abrirse sobre la trascendencia; es la “caverna del corazón” de las tradiciones arcaicas.
    Esos dos ritmos nos han sido dados por el Creador para permitir a la vida divina apoderarse del trasfondo de nuestro ser y envolverlo, penetrar de luz toda nuestra existencia.
    No solamente nuestra existencia corporal, sino que, a partir de nuestra existencia corporal, pues es sobre el Cuerpo de Cristo que somos injertados por el bÃ¥utismo; es por la sangre (“consanguíneos”) y por el cuerpo (“concorporales”) que somos unidos a Cristo.
    El Cuerpo de Cristo designa su entera humanidad, pero es el cuerpo el que constituye la raíz y la expresión última de la encarnación. Es necesario tomar en serio a la exhortación: *No sabéis que vuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo que mora en vosotros? Glorificad a Dios en vuestro cuerpo” (ICor. 6, 19-20).
  6. EI Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en sus narices un soplo de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente” (Gen. 2, 7). Así se precisa unÄ… correspondencia, una analogía de participación entre el Espíritu, en tanto que soplo vivificante de Dios, y la respiración en tanto que es soplo vital del hombre. El hombre es llamado a mezclar su soplo al Soplo divino, a ‘respirar’ el Espíritu Santo, tal como escribió Gregorio el Sinaíta. Es lo que él logra si puede ‘adherir’ a su respiración el Nombre de Jesús, pues “el Espíritu, en Dios, como en el hombre, es el enunciador del Verbo”.
    Existe igualmente una analogía semejante entre el corazón como centro de integración del hombre, “sol del cuerpo”, y
    Cristo, *sol de justicia”, corazón de la Iglesia y, por su intermedio, del universo, puesto que la Iglesia no es otra cosa que el
    universo en vías de transfiguración, vuelto atento a su corazón.
    Este tema del Cristo-corazón, corazón de la Iglesia y de cada uno de sus mienbros, es fundamental en un gran autor espiritual y liturgista, un seglar de fines de la Edad Media, Nicolás Cabasillas, que daba a la tradición hesicasta un sentido directamente sacramental .
    En efecto, el tema del corazón está ligado al de la sangre. Cuando el primitivo y hagiógrafo bíblics, medita sobre la sangre, la ve líquida como el agua pero roja y caliente como el fuego. La sangre es, de algún modo, un agua pneumatizada portadora del misterio de la vida y que sólo pertenece a Dios, como subraya la ley noaquita. Las aguas simbolizan la vibración original de lo creado bajo el Soplo que sucita la ,vida. En el ‘origen’ el Espíritu sobrevuela las aguas, las incuba, las vuelve dúctiles a las exhortaciones del Verbo. Y, ciertamente, en nosotros y a nuestro alrededor el pecado endurece al ser creado, lo hace insensible al Espíritu. Sölo la sangre que brota del costado y del corazón del Crucificado puede sacramentar de nuevo la tierra, sólo la sangre eucarística puede encender nuevamente el fuego del Espíritu en nuestra sangre, en nuestro corazón a condición de que la existencia en nosotros pierda su dureza, que el corazón de piedra se disuelva en las aguas nuevamente originales, matriciales, del bautismo y de las lágrimas.
  7. A través de esos símbolos se puede apreciar como se enlazan el soplo humano y el soplo divino, la gracia bautismal, la sangre y el corazón.
    Todo esto conduce a una inteligencia que no es sólamente cerebral, inteligencia de la cabeza y de la racionalidad y también de un ‘sentir’ de una ‘sensación’ que no es sólo del corazón orgánico, sinó idel corazón espiritual. Como si el corazón uniera, metamorfoseara, en el crisol de la gracia, la cabeza y las entrafñas, por un conocimiento de fe y de amor, por una “sensación de Dios“ dónde el hombre íntegro se sobrepasa, se equilibra y se ‘abrasa’.
    La Biblia habla sin cesar de ese “corazón-espíritu”, de ese corazón inteligente. El Evangelio dice: “Amarás a Dios con todo tu corazón”; en otra redacción más tardía, precisaba: “con todo tu corazón y toda tu inteligencia”.
    El fundamento de esas analogías es la creación del hombrea a imagen de Dios. Pero la creación no es realmente restaurada, o mejor, realmente instaurada, más que en Cristo, y es por ello que todas esas analogías encuentran en él su origen y su cumplimiento. Es él quién hizo de la humanidad el “Templo del Espíritu”, su soplo es el “principio de vida”, su carne y su sangre, asumiendos a través del pan y el vino, todo el cosmos y toda la historia de los hombres. Ellos anticipan son único alimento de eternidad.

Jaume González-Agàpito

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