LA INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA 2bis. Naturaleza de la inspiración de la Biblia
11.- Santo Tomás, especialmente en la Suma Teológica, II-II, qq. 171-174, ordena sistemáticamente los elementos bíblicos y patrísticos, ilustrando la acción de Dios sobre el hombre, instrumento suyo, y el efecto que de ahí resulta. Trata directamente de la inspiración profética o del influjo divino sobre el profeta, como algo que hace que hable en su nombre. No se trata de la inspiración en la composición de los libros sagrados. Pero una y otra inspiración son sustancialmente idénticas, consecuentemente lo que dice Santo Tomás puede aplicarse íntegramente a la inspiración bíblica. Enunció unos principios fundamentales que prevalecieron íntegramente durante siglos.
12. León XIII, en la encícloica Providentissimus[1], fundamental y decisiva a este respecto, reproduce íntegramente la doctrina de Santo Tomás y la aplica a la inspiración bíblica en orden a la composición de los libros sagrados, con la coherencia, la unidad y la claridad tomista. Tal doctrina fue reproducida, confirmada y aclarada, en algunos puntos, en la encíclica de Benedicto XV Spiritus Paraclitus[2], y en la Divino afflante Spiritus y en la Humani Generis[3]., Spiritus Paraclitus de Benedicto XV 575 ss.).
13. La inspiración, en cuanto acción divina, considerada en sí misma, es un don, un ‘carisma’ otorgado por Dios, no para la santificación personal del que la recibe, sino para bien de la Iglesia. Es un carisma de orden intelectual: es esencialmente una luz sobrenatural infundida por Dios, bajo cuya influencia el hombre emite sus juicios. Por lo mismo no es estable en el hombre, sino que solamente le es infundida en orden al libro que va a escribir y en períodos destinados a tal fin. No va necesariamente enlazada con la santidad del individuo: Dios elige a quien quiere, y ni el mismo inspirado es consciente de tal don[4].
14. El gran mérito de Santo Tomás está precisamente en el método. No procede con abstracciones, construyendo sobre términos entendidos genéricamente, sino que se funda en datos bíblicos y patrísticos. Dios es autor (escritor), el hombre es autor; Dios ha empleado al hombre como instrumento; le ha dictado (dictar = inspirar), le ha inspirado todo el libro. Todo el libro es de Dios, todo el libro es del hombre; principalmente de Dios, a la manera como todo efecto procede de la causa principal y juntamente de una causa segunda instrumental.
No podemos crear un sistema que, por muy razonable que sea, niegue o disminuya la parte de Dios o la del hagiógrafo, tal como está afirmada de un modo indiscutible por la tradición y ha sido definida por la Iglesia.
Basta considerar la energía con que los Padres de la Iglesia rechazaron a los montanistas que exageraban la parte de Dios, reduciendo al inspirado al estado de inconsciente. Igual error cometieron los primeros protestantes hablando de un ‘dictado’ en el sentido más riguroso y reduciendo al inspirado a la situación de una mera máquina.
Jaume González-Agàpito
[1] EB, nn. 81-134.
[2] EB, nn. 44-495.
[3] AAS [1950] 563, 568 ss.
[4] Ante esta acción divina, el hombre reacciona con manifestaciones vitales. Y si Am 3, 8 y 2Pe 1, 21, pudieran inducir a pensar en cierta carencia de libertad. Pero, Is 6, 5-8.11; Jer 20, 9, 1, 6; Ez 1, 3; 3, 22; 3, 17-21, y especialmente Lc 1, 1-5; 2Mac 2, 24-33, atestiguan claramente la plena conciencia, la correspondencia vital y el pleno funcionamiento de la mente y de la voluntad del inspirado.