EL CANON DE LA BIBLIA

  1. El Canon de la Biblia es el catálogo (o lista) oficial de los libros inspirados, que son la regla de la fe y de la moral. El griego Kavóv (cf. hebr. gāneh) equivale a vara, regla de medida y, en sentido metafórico, norma. El sentido de catálogo de los libros sagrados prevaleció en el uso. eclesiástico desde en el S. IV. Pero ya aparece en el s. II: Prólogo Monarquiano y en Orígenes, Homilae in librum Jesu Nave, Homilia II, “Denique et in libello quodam, licet in canone non habeatur, mysterii tamen hujus figura describitur, PG, 12, 834: ). El canon abarca todos los libros del Antiguo Testamento (47) y del Nuevo Testamento (27) contenidos en la Vụlgata.
  2. El Concilio de Trento (Sesión IV, 8 de abril de 1546) sancionó con una verdadera definición dogmática el canon fijado de antiguo por la tradición, por los tres concilios provinciales: de Hipona (393), de Cartago III y IV (397-419), y por el Concilio Florentino (1441). EI Concilio Vaticano I (1870) renovó y confirmó la definición del Tridentino (cfr. EB, nn. 16-20.47-60.77 s.).
  3. En el Antiguo Testamento, siete de ellos faltan en la Biblia hebrea o masorética y en las biblias protestantes. Son los de Tob, Jud, Sab, Bar, Eclo, I-II Mac, a los que hay que añadir los siguientes fragmentos: Est 10, 4-c. 16; Dan 3, 24-90; cc. 13-14 (según la disposición de la Vulgata, pues en la versión griega de los Setenta están distribuidos de otra forma). En orden a los libros del Nuevo Testamento, en el s. IV se dudó de la canonicidad, si debían estar o no en el número de los libros inspirados, de los siete siguientes: Heb, Sant, II Pe, II-III Jn, Jds, Ap.
  4. A estos catorce libros se les llama deuterocanónicos, siguiendo a Sixto de Siena, Bibliotheca sacra, I, p. 2 s., en cuanto que, en un momento dado, se discutió entre los Padres de la Iglesia su origen sagrado, en oposición a los protocanónicos, cuyo carácter sagrado estuvo siempre fuera de discusión.
  5. Los protestantes llaman apócrifos a los deuterocanónicos del Antiguo Testamento, y seudoepigrafos a los que los católicos llaman apócrifos, o sea que se parecen a los libros sagrados en cuanto a la forma y al contenido, pero que nunca figuraron en el canon.
  6. El motivo fundamental de semejantes dudas entre los Padres de la Iglesia fue la carencia de un canon sancionado por la Iglesia. En cuanto al Antiguo Testamento influyó el hecho de que los judíos no admitían en su Biblia a los deuterocanónicos, y por lo que hace al Nuevo Testamento, se debió a ciertas dificultades dogmáticas originadas por la inexacta exégesis de algunas perícopes. Lo mismo que con tantas otras verdades de la fe, la Iglesia no intervino con su autoridad infalible en la fijación del canon hasta que los protestantes intentaron rechazar los deuterocanónicos del Antiguo Testamento, con el fútil pretexto de atenerse al canon hebreo.
  7. La colección de los libros sagrados era ya un hecho cansumado entre los judíos en tiempo de Jesucristo. Incluso su distribución en btres grupos, que aún se conserva en la Biblia hebrea, era comúnmente aceptada. Son:
    • Tôrâh (= Ley, los cinco libros de Moisés: Gén, Éx, Lev, Núm y Deut).
    • Nebhi’im (= Profetas).
    • Kethûbhim ( Escritos).
  8. Los «profetas» comprenden los libros históricos: Jos, Jue, Sam, Re, llamados “profetas anteriores”, y nuestros libros proféticos “profetas posteriores”) desde Is a Mal, a exepción de Dan, al que colocan entre los Escritos. Las tres partes de la colección fueron formándose sucesivamente.
  9. En lo referente a la Ley (cfr. Deut 31, 9-13. 24 s3.) es sabido que los levitas la conservan junto al arca, donde serán colocados sucesivamente los libros de Josué (Jos 24, 26) y de Samuel (I Sam 10, 25). EI libro de la Ley, descubierto en tiempo de Josías (año 621) es reconocido inmediatamente como sagrado (II Re 23, 1-3; II Par 34, 29-32) ; después del destierro (445 a. C.) Esdras renueva la alianza leyendo la Ley al pueblo que se obliga con juramento a observar los preceptos divinos (Neh 8, 10).
  10. En cuanto a los Salmos y a los Proverbios (cfr. Pro 25, 1 y II Par 29, 30) el rey Ezequías (h. 700 a. C.) procuró que se coleccionaran.
  11. Los profetas más recientes citan a la letra las profecías de sus predecesores. Dan 9, 2 afirma haber leido en los ‘libros’ la profecía de Jer 29, 10.
  12. Hacia el año 180 a. C., el Eclesiástico (44-50, 24) traza el elogio de los antepasados enumerando los personajes según el orden de los libros correspondientes a la segunda parte: los profetas, a saber Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Isaias, Jeremías, Ezequiel, los Doce (menores). Finalmente, medio siglo más tarde, en el prólogo del Eclesiástico se habla de la colección en conjunto: Ley, Profetas y Otros escritos. Estos últimos están especificados en II Mac 2, 13, bajo el título de “escritos de David”, o sea los Salmos, el libro más importante del tercer grupo, refiriéndose con él al grupo entero. Y especialmente en los Evangelios, véase cómo se citan la Ley y los Profetas (Mt 5, 17 s.; 7, 12, etc.); la Ley, los Profetas y los Salmos (Le 24, 44) para indicar todo el Antiguo Testamento.
  13. Las tres partes por entero (incluyendo los deuterocanónicos) se encuentran en la Biblia Griega o Alejandrina, la versión griega del Antiguo Testamento llamada de los Setenta, que se convirtió en la Biblia de la Iglesia primitiva, después de haber sido empleada por los apóstoles para la predicación del Evangelio y, muchas veces también, para citar el Antiguo Testamento en sus escritos inspirados (de 350 citas del Antiguo Testamento, 300 son según ella). El griego era en realidad la lengua hablada en todo el imperio.

Jaume González-Agàpito

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