EL ISLAM: 2. EL ORIGEN. EL SUBSTRATO PRE-ISLÁMICO
1. El substrato geo-etnológico
1. Las religiones monoteístss que hoy predominan, cristianismo, judaísmo e islamismo, nacen a partir de unos substratos anteriores: en Egipto, Canaan, Babilonia, Grecia, mundo helénico, Roma, Arabia, Israel y proveniente del judaísmo y del cristianismo. Olvidar eso sería un grave error metodológico en el principio de cualquier investigación.
Las religiones monoteïstss han asumido, transformado, actualizado y dotado de nuevo sentido a unos elementos de otras religiones anteriores al Islam. Pero todavía han hecho más. Han reinterpretado, cuando no recreado, la historia anterior en orden a dar solera de antigüedad a leyes, ritos y creencias que se quería. establecer como normativas para el futuro.
Por lo que respecta al substrato preislámico de la religión musulmana la aportación de Barnard Lewis, ha sido señera para no caer en las fáciles teorías de los condicionamientos geo-etnográficos como hacen otros autores, o ver simplemente en ellos el substrato providencial para la aparición de una determinada religión como suelen hacer sus apologetas.
El condicionamiento geográfico de sus orígenes, aunque no determinante, incide, y no poco, en la idiosincrásia de una determinada reloigión. Una zona desértica y tórrida cond no lo ionará de otra manera al iniciador de un movimiento religioso que otra de exuberante vegetación, verde, y con una temperatura templada sin grandes oscilaciones térmicas. El marco geográfico determinará las concepciones cósmicas, utópicas y religiosas de un pueblo. Ya Jenófanes de Colofón, en el siglo VI a. C., advirtió a los griegos que los dioses eran la prospección inmortal del hombre mismo. A partir de esa concepción antropomórfica, el hombre elabora sus códigos de comportamiento, su concepción teológica y cultual y el icono misteriológico de sus dioses y de sus ritos.
2. Arabia
Desde más de dos milenios, los árabes dan su propio nombre a una región que definen como península (Ġazīrat al-‘Arab) todavía hoy, y que consideran la cuna de su cultura. Este espacio, de 2.800.000 km2, es unas cinco veces el territorio de España.
Este amplio espacio subcontinental se originó, hace 20.000.000 de años, por la quiebra de una fosa tectónica en la placa africana que se convirtió en lo quw hoy llamamos el Mar Rojo.
Este proceso horogenético es el responsable del carácter árido y aspero de las regiones suboccidentales y de su proloncación hacia el nordeste, con el ġebel Hadūr Shu’ayb (3.700 metros), el Manār (3.217) y el Thabīr (3.006) que se unen en el suroeste con las estribaciones más septentrionales de la barrera que forma el Hiġāz, en el cual está el pico de Dabbāgh (2.347) que va al encuentro del Sarāt (2.000). En el centro de la península se yergue el altoplano pétreo de Naġd entre los 600 y los 900 metros de altitud, en cuya parte norte se encuentra el Gran Nafūd de 57.000 km2. En este paraje están las características dunas de arena de hasta 30 metros de alto, uno de los desiewrtos más áridos del mundo. Pero, en él, entre laa mitad del otoño y el principio del invierno se concentran, escasas pero frecuentes, precipitaciones que favorecen por la benignidad del clima la aparición de la vegetación.
Al norte del altoplano, está el wādī as-Sirhān, antiguo lecho de un río que se convirtió, con sus 300 km. en la ruta hacia las zonas transjordanas, a la manera que en que sirven de camino el wādī ar-Rumma hacia las zonas meso`potámicas y del altoplano del Irán y el wādī ad-Dawāsir para las regiones del Yemen. De esta manera podemos entender que el Naġd central, no sólo era el centro geográfico, sino también el centro de las comunicaciones de la región arábiga.
Unido con el Nafūd por la Dahnā, está el ar-Rub’al-Khāli, el conocido desierto que se extiende en sus 650.000 km2
3. Los árabes antes del Islam
En consecuencia, sin perder de vista que la península de Arabia es la cuna del Islam y sin olvidár que es una tierra donde escasea el agua, nos fijaremos en el complejo panorama religioso que mostraba al advenimiento de la predicación del profeta Muhammad y cómo poseía ya un bastante definido modo de organización social.
El Islam es la religión del desierto, en él nació y por él se extendió. En él están incrustados los modos de vida propios del desierto y los modos en que sus habitantes entienden la realidad, establecen sus códigos y se relacionan entre sí. Ese substrato estará presente en el planteamiento religioso del Islam y en la configuración de la sociedad musulmana.
A este período anterior al islam, cuya estimación varía de manera muy notable, contabilizándose únicamente un par de siglos o remontándose a varios milenios, se lo conoce en la tradición musulmana con el nombre genérico de yahiliyya, traducido de manera tradicional por «época de la ignorancia» y que prefiero denominar «época pagana».
Es significativo que en los tratados de Historia o de Literatura, según unos autores, la datación de ese período pagano no va más allá de los siglos iv-v d.C., atendiendo a los pocos testimonios conservados que hacen referencia a pueblos que son identificados inequívocamente como árabes, mientras que en otros autores, el período comprende también a los grandes imperios de la Antigüedad mesopotámica. De hecho, algunos historiadores musulmanes establecían el inicio de la Historia en la creación del mundo. Dicho de otro modo, ese período anterior al islam se puede comprender como una continuidad que desemboca en el islam o como una época oscura sin relación alguna con el islam o superada con creces y en todos los ámbitos por el islam. Teniendo en cuenta que el propio islam se considera heredero de la tradición abrahámica, prefiero entenderlo como una continuidad no exenta de diferencias esenciales, o bien, como el epígono de una larga experiencia espiritual y social.
Los árabes de la misma étnia semita que los hebreos, conocían desde tiempo inmemorial los «hijos de Israel», sus tradiciones religiosas y, quizás, sino sus escrituras, al menos los trazos fundamentales y elementales de la religión « mosaica »: un libro de origen divino, unos mandamientos para el comportamiento ético transmitidos directamente por Yahweh, sin intermediarios, a Moisés en la cima del Sinaí y un « profeta » que fue conductor, legislador y artífice del culto de todo un pueblo. En este pueblo la componente racial, como origen común, tenía una parte importante. Quizás envidiaron la cohesión de los israelitas que partiendo de su religión, es manifestaba en su identidad social y cultural. Israel no estaba tan lejos y los israelitas nunca fueron demasiado sedentarios para que no conocieran todo esto.
Ellos, los árabes, en cambio, servidores de los «cultos paganos» atávicos como el culto al sol, a la luna y a las estrellas, estaban también fraccionados en clanes múltiples que no cesaban de pelear entre ellos y que vivían fundamentalmente de las « razzias » (« ghazou » en árabe) que ellos efectuaban en las raras regiones fértiles de la península arábiga y que coincidían, más o menos, con el actual Yemen. Ellos estaban aún, en los primeros siglos de la era cristiana, muy lejos de haber llegado a una sedentarización que les permitiera las actividades agrícolas y comerciales en lugar de las guerras interminables y el nomadismo.
3. La religión en la Arabia preislámica
Todavía hoy todavía, los cultos preislámicos están muy presentes en los rituales de los peregrinos a La Meca donde una piedra « lunar » de color negro (sin duda un meteorito) se encuentra en la « Ka’ba » (templo en árabe).
En la época pagana más cercana a la aparición del islam y desde el punto de vista religioso, existían grupos de judíos bastante organizados y que se supone conocían bien su religión, aunque se hallaran desde tiempo atrás alejados de los centros de elaboración religiosa de Palestina y de la Diáspora. Estas tribus judías se asentaban fundamentalmente en torno a la ciudad de Yazrib, y eran, en cuanto a sus reglas sociales y a las relaciones con el resto de los árabes, muy semejantes a las tribus de estos últimos. Sin embargo, permanecían impermeables a las influencias religiosas de los árabes paganos sobre los que no ejercían proselitismo.
Igualmente, se encontraban grupos numerosos de cristianos, en muchos casos no pertenecientes a las grandes iglesias reconocidas, sino, más bien, pertenecientes a corrientes marginales y heréticas, respecto a la ortodoxia de las grandes orientaciones dogmáticas y teológicas cristianas de la época. Estos grupos se habrían refugiado en el desierto o, como otras tribus árabes, vivían al modo común en zonas situadas al sur de Meca, en torno a la región de Nayran. Así mismo tenemos constancia de la existencia de árabes cristianos sedentarios, nestorianos y monofisitas, que mayoritariamente se hallaban en reinos dependientes de Bizancio o de la Persia sasánida a los que servían de escudo respectivamente, enzarzados en interminables enfrentamientos. Es el caso de los reinos de Gassan y Lajm, el primero de ellos bajo la sombra bizantina y profesando el monofisismo y el segundo en la órbita persa, profesando el nestorianismo. Este último de una importancia notable, en cuanto que su capital, Al-Hira, era un gran centro religioso, un lugar de referencia y de proselitismo del cristianismo, así como de acogida de herejes que huían del Imperio bizantino. Ambos reinos, con mayor o menor presencia política, alcanzan el nacimiento del islam.
La mayor parte de los árabes era, sin embargo, politeístas. Aunque no se conocen bien sus creencias y prácticas religiosas, parece que no poseían una idea de más allá, ni de resurrección, ni tampoco consideraban que sus dioses fueran algo más que unos seres que podían enfurecerse y causar desgracias y a los que se podía aplacar con ofrendas, sacrificios o simplemente ignorándolos. Se han conservado noticias que apuntan a la práctica de rituales de peregrinación, con cierto carácter iniciático, que incluían ritos de circuambulación, así como diversos tipos de adivinación y también rituales mágicos, sobre todo para protegerse de los espíritus o de las asechanzas de las personas; el llamado mal de ojo. Del panteón preislámico, el propio Corán menciona algunos nombres de dioses, aunque no se conocen con exactitud sus atributos y poderes; sin embargo, por sus nombres y por los restos arqueológicos vemos que tienen relaciones claras con los antiguos dioses palmirenos (siglos u y m d.C.), nabateos (siglos u a.c.-1 d.C.) o de los reinos sudarábigos más antiguos (siglo i d.C.). Lo que sí se ha hecho proverbial es la fama de indiferencia de los árabes preislámicos hacia sus dioses e incluso su irreverencia hacia ellos.
Es muy probable que sus diversos sistemas religiosos politeístas, diferentes pero con profundas semejanzas, hubieran dejado de ser funcionales, en el sentido de que no proporcionaban a los árabes ni el desarrollo espiritual ni moral que precisaban. Por decirlo de alguna manera, sus sistemas religiosos se habían vuelto obsoletos. De ello puede dar prueba el hecho de que poseyeran un código de comportamiento, conocido como código de honor (muruwwa), que venía a ocupar el lugar de un código moral, y permitía salvar las diferencias religiosas de las diversas tribus, en particular, cuando se producían los encuentros festivos de las grandes ferias anuales. Este código de honor ha dejado su reflejo en numerosas obras literarias de la época, en las que no es fácil distinguir entre un poeta que no sea politeísta y uno que lo es, pues parece un código común que funciona como paradigma de virtudes, de justicia y de relación social.
4. El monoteísmo en la Arabia preislámica
Junto a estos grupos aparece un cuarto, también citado en el Corán, el constituido por algunas personas que parecían tener unas creencias de tendencia monoteísta, que practicaban retiros y ayunos, pero que no profesaban ni el cristianismo ni el judaísmo. Este tipo de manifestaciones en las que el creyente escoge para sí a uno de los dioses de su panteón, sea Marduk, Baal, Shamash o cualquiera otro, con el cual establece una relación personal, entendida como de filiación y confianza, era ya frecuente entre los pueblos semitas desde tiempos muy remotos, pues así se trasluce de oraciones mesopotámicas, cananeas y de otros lugares de la zona. En el ambiente árabe se les denomina hanifess. Estos parecían tener una visión trascendente de la vida humana, diferente de los politeístas, así como una cierta idea de vida de ultratumba e incluso parece posible que creyeran en algún modo de resurrección y de castigo o retribución de las acciones del hombre. Entre sus prácticas religiosas es tradición que ayunaban, hacían oración y se retiraban a meditar en lugares apartados y solitarios, prácticas estas últimas que compartían con cristianos y judíos.
Entre esta pluralidad de opciones religiosas, conviene señalar que la mayoritaria era la pagana que, como se ha dicho, parecía no proveer a sus fieles de recursos espirituales y morales suficientes. En este sentido, es significativo el hecho de que de manera simultánea a la predicación de Muhammad, hubieran surgido otros movimientos proféticos de corte monoteísta cuya suerte no fue tan brillante como la del islam. Sin duda, el más conocido de estos «falsos profetas» fue Musaylima, apodado alKaddab (el mentiroso), el cual, así como otros pretendidos profetas y jefes de tribus, promovieron las llamadas guerras de ridda (apostasía) a las que hubo de enfrentarse el primero de los califas ortodoxos, Abu Bakr.
La pluralidad religiosa y el hechbo de que todas estas religiones poseyeran un fondo común semita permite asegurar que muchos de los conceptos y hechos recogidos tanto en la tradición cristiana como en la judía fueran conocidos del común y formaran parte de la tradición general árabe, que, por su parte había recogido muchas de las narraciones bíblicas o protagonizadas por personajes bíblicos en las Isra’iliyyat, considerándolas, como otras narraciones acerca de las hazañas de las tribus, conocidas como Ayyam al-Arab (Días de los Árabes), parte de su memoria colectiva. Estas narraciones procedían no sólo del texto bíblico canónico, sino también de otros escritos judíos compuestos en torno al cambio de era y de la literatura rabínica, así como de la tradición de grupos cristianos y judeo-cristianos diversos, lo que explica que, en muchos casos, reconozcamos su origen apócrifo. Así pues, además de la propia interpretación interna que el islam propone, esta religión se enmarca en la misma tradición de la Torá y de los Evangelios y en su texto revelado aparecen, además de las referencias a temas árabes, otras relativas a la Biblia hebrea y al Nuevo Testamento y a sus desarrollos rabínicos o populares.
Desde el punto de vista de la organización social, se trataba de una sociedad compuesta por tribus, que poseían una estructura patriarcal, unidas entre sí por lazos de sangre. Practicaban el nomadeo, pero en la época cercana a la aparición del islam, ya se hallaban, en muchos casos, en franco proceso de sedentarización, como sucedía con los habitantes de Meca, ciudad en la que surge el islam, o con los árabes asentados en los reinos cristianos a los que se ha hecho referencia.
Las tribus tenían fama de belicosas, de considerar la virilidad, la generosidad, la bravura y la hospitalidad como virtudes integrantes de su código moral, así como la venganza, aun cuando esta última, Ley del talión, se había convertido ya en la mayor parte de las ocasiones en un sistema, bastante convencional, de indemnizaciones materiales por heridas o muerte, como lo reflejan los textos a partir de los siglos v y d.C.6 y que, por otra parte, recuerdan de manera especial al sistema establecido, también muy atemperado, por los rabinos en el judaísmo entre los siglos II y V d.C., e inspirado en los libros normativos del Pentateuco.
Estas tribus repartían su actividad entre el comercio caravanero, el pastoreo y las luchas permanentes de unas contra otras. Dado su alto grado de belicosidad, se establecían lugares en los que no se podían portar armas y épocas en las que forzosamente se debía respetar una tregua. En estos períodos y en esos lugares, se celebraban mercados, reuniones de intercambio social y cultural, así como fiestas religiosas en torno a un santuario.
La ciudad paradigmática en este sentido era la propia Meca, donde se levantaba un Santuario, el de la Ka`ba, en cuyo recinto se hallaba la conocida Piedra Negra, así como los ídolos que representaban a los diversos dioses de las diferentes tribus o incluso, según algunas tradiciones, iconos cristianos. Parece que el templo estaba dedicado fundamentalmente a la divinidad de nombre Hubal, dios del trueno y de la lluvia acompañado de otras tres divinidades; Manat, divinidad de la suerte y la felicidad, Al-Lat, diosa de la fertilidad y al-Tzza que también tenía relación con la fertilidad y las estaciones. Estas dos divinidades parecen formar pareja como resto de la creencia en los anwa’ (parejas de estrellas), que aparecen y desaparecen alternativamente con el cambio de estación, permitiendo la división del año. Estos cambios, que influyen en los ritmos de producción de la tierra, también influyen en los seres humanos. La reunión de estas divinidades en un mismo santuario se interpreta como producto de los pactos entre las tribus.
Los árabes de este periodo pagano poseían una desarrollada cultura oral que incluía lo que podemos denominar producción literaria profana, propiamente dicha, compuesta por largos poemas monorrimos (qasida), probable resto de una poesía más antigua derivada de la vieja poesía mesopotámica y que en su origen tendría un cierto carácter de epopeya, en la que además se hallan resonancias de la antigua literatura sapiencial o hímnica de otros pueblos semitas’. Así mismo conservaban largos relatos de las hazañas de los antepasados y otros acontecimientos que marcaban épocas y daban razón de la importancia de unas tribus sobre otras. También se conserva memoria de relatos de entretenimiento, juegos de palabras, proverbios y chistes. En el campo de lo religioso, encontramos textos que hacen referencia al dictado de oráculos, a prácticas mágicas y oraciones fúnebres.
Todo este material literario solía transmitirse oralmente en un registro lingüístico que no se correspondía exactamente con el dialecto de ninguna de las tribus, pero que era comprendido sin esfuerzo por los hablantes de los diversos dialectos. De manera que el panorama lingüístico de los árabes preislámicos era casi tan complejo como el de los actuales hablantes del árabe’. Esa lengua de cultura era considerada una lengua prestigiosa y superior a las vernáculas de cada tribu. Quien era capaz de expresarse en ella era tenido por alguien importante y, de hecho, los poetas gozaban de un cierto prestigio en las tribus, así como aquellos que eran capaces de aprender los relatos o los poemas de memoria y recitarlos sin cometer errores. Son numerosos los héroes de época preislámica que reúnen las virtudes estipuladas en el código de honor y además son poetas. Este modelo heroico, además, se va a perpetuar y llegar hasta el momento presente, lo que por una parte refleja la importancia, aprecio y casi veneración que los árabes han prestado y prestan a su lengua, y, por otra, que la construcción de un modelo deperfección al q tic se aspira posee unas raíces profundas que se matizan y se vuelven más complejas con el paso del tiempo, pero conserva, en el fondo, rasgos que permiten detectar su antigüedad y persistencia.
5. Visión de conjunto de la Arabia preislámica
El panorama, pues, de la península de Arabia en el momento de la aparición del islam era complejo no sólo en lo lingüístico, sino en lo social y en lo religioso. Pero quizá el dato más importante que conviene señalar es que, en el ámbito de lo religioso, nos encontramos con diversas orientaciones religiosas que no cumplen de manera unitaria y uniforme su papel de dotar al hombre de una relación clara con lo mistérico, que no satisfacen sus ansias de justicia y que no dan respuesta a las exigencias morales y espirituales.
El judaísmo, con su condición de religión ligada a un pueblo y consecuentemente su nulo carácter proselitista, no era una religión a la que cualquiera con necesidades espirituales pudiera adherirse fácilmente. El cristianismo, enzarzado en interminables luchas y guerras de carácter dogmático y con una inmensa pluralidad de opciones contradictorias, asociadas en muchos casos a los distintos poderes políticos de la zona, no ofrecía tampoco una imagen suficientemente atractiva como para ganar adeptos. El desgaste de la religión politeísta, convertida en un código de mero comportamiento social, tampoco podía satisfacer esas necesidades morales o espirituales y no proveía de respuestas acerca del «misterio».