¿HAY TODAVÍA FE EN EL MUNDO?

Parroquia de Pedralbes
La Misa dominical
Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación individual
Año C, domingo 29, 16 de octubre de 2022
Ex 17, 8-13; 2Tm 3,14 – 4, 2; Lc 18,1-8

  1. ¿Hay todavía fe en el mundo? La pregunta con que se cierra la perícopa evangélica de hoy es inquietante. Hoy la actualizamos para el presente: ¿Hay todavía fe en el mundo? Creer y no orar es algo impensable para Cristo. El cristianismo iluminista fue una trágica epifanía de esta propuesta. Es necesaria la plegaria constante, paciente, incansable y poderosa ante la misericordia de Dios. Pero orar no es sólo una actividad de religiosidad individual, egoísta y mezquina. Orar no sólo es bueno para mí, es esencial para la Iglesia (cfr. primera lectura). Consecuentemente la oración tampoco es para cuando yo guste, me venga en ganas, no tenga algo más importante que hacer o tenga necesidad de paz y de recogimiento para calmar mi stress. Es una exigencia, personal y comunitaria, para todos los miembros de la Iglesia de Cristo. El racionalismo atroz que me tienta diciéndome porqué he de rezar a un Dios que ya lo sabe todo. Un cristianismo raquítico y traicionero, que van propagando por ahí los vendedores de la salvación a precio de ganga, me propone rezar un poquito, a mi gusto y por mis cosas. Son dos trampas saduceas. Veamos qué dice la palabra de Dios.
  2. El argumento ad abundantiam del juez deshonesto.
    Jesús, provocando al auditorio, a menudo toma como punto de partida relaciones inmorales que están ahí en el mundo: hoy es el juez deshonesto, en otro lugar era el sirvo astuto, el hijo pródigo, el rico estúpido, los malos viñadores. De los males que nos son familiares se pasa al anuncio del reino de Dios. Hoy tenemos una comparación escandalosa. Si nosotros, que somos malos. nos doblegamos a la súplica, cuanto más lo hará Dios que es bueno. Dios desea hacerse rogar por los hombres. Quiere que le molestemos, que lo importunemos. Sólo así, nosotros no él, somos concientes de nuestro propio estado de necesidad. Dios ha accedido hasta a pactar con el hombre, respetando su libertad. Si el se ata en un pacto, más aún nos concederá lo que nos es lo mejor para nosotros: el Espíritu Santo (Mt 7, 11, Lc 11, 13). Quien suplica, en el Espíritu, es atendido infaliblemente (Jn 14, 13-14). Y se añade, en el Evangelio: “enseguida”. Dios atiende incluso cuando más tarda, pero siempre escucha y corresponde ‘enseguida’ con lo que responde mejor a la plegaria. Orar no es inclinar Dios a hacer nuestra propia voluntad, sino más bien descubrir la suya en nuestra existencia.
  3. “Cuándo Moisés levantó las manos, Israel fue más fuerte.”
    La imagen de las manos de Moisés alzadas durante la batalla contra Amalek, en la primera lectura, es muy elocuente. Mientras Josué combate, Moisés ora, también hace penitencia: es pesado y doloroso tener, durante muchas horas, las manos alzadas hacia Dios. Todo ello es un icono del cristianismo: unos combaten fuera, mientras otros dentro – en el “con viento” o en el “celda cerrada” – ruegan por los combatientes. La imagen aún más allá: Aarón y Cur sustentan hasta la tarde los brazos de Moisés, que tienden a caerse, así es como Israel vence en la batalla. Las manos alzadas del Oficio Divino, constante plegaria en la Iglesia de Cristo, es esencial para que ella pueda alcanzar la victoria. Es pura herejía confiar únicamente en el trabajo exterior. La Iglesia tiene su fortaleza en la oración constante que ella misma hace. Es decir la realizada por sus hijos como Iglesia.
  4. “Anuncia la palabra, tanto si te escuchan como si no”.
    La palabra de la que habla la lectura apostólica no es sólo la pura acción guerrera de Josué, sino también la intercesión de Moisés, con las manos en alto. La lectura y contemplación de la Sagrada Escritura no incita únicamente a la pura ortopraxis, sino a la plegaria. Primera obra buena que realiza el que es instruido en la palabra De Dios.

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