LA SANTÍSIMA TRINIDAD
1. La visión estrictamente materialista que impregna el mundo occidental en el que vivimos tiende a identificar toda la realidad con el mundo tangible en que nis movemos o con el posiblemente identificable, en el futuro, por los mismos criterios de tangencialidad ‘experimental’. Aquí podríamos abrir todo un debate epistemológico sobre la realidad misma, sobre la identificación en nuestra percepción de la realidad y en la realidad misma y sobre los métodos usados para dar con ella. Científicamente queda abierto todo el problema de los niveles de conocimiento de esa realidad en sus diversos estadios.
Está arraigada, con todo, en el vulgo de hoy, que somos casi todos nosotros, una convicción: toda la realidad se reduce al mundo que percibimos. El ‘soñar’ en otras realidades, no percibibles por los sentidos es la mitología propia de las religiones. Eso que Marx y Engels llamaron “el opio del pueblo”. Creo que muchos cristianos andan hoy presos implícitamente en esta convicción. A ello quizás se debe eso que alarma hoy a los obispos y que llaman “laicismo”.
No obstante, en una consideración más atenta de la realidad, vemos que todo lo perceptible puede ser entendido a partir de un orden matemático. En un congreso de matemáticos en Barcelona, por el año 2006, alguien dijo que todo se reducía a las matemáticas y que todo podía ser explicado por ellas. Lástima que el descubrimiento de este buen señor ya lo había hecho, en el siglo VI a. C. un gran científico, filósofo y místico que se llamaba Pitágoras. El guante lo recogieron Jenófanes de Colofón y Platón. Este último, en lo que llama, en su carta VII y en el Fedón, “la segunda navegación”, nos propone dar un paso más. A parte de comprobar que la variedad de los seres está sujeta a un orden matemático, preguntémonos por “el todo”. Toda la realidad que perciben nuestros sentidos y conoce nuestra inteligencia, gracias a un orden ‘matemático’ ciertamente se explica a sí misma, pero ¿se explica, como ‘todo’ a sí misma? Platón dice que sí, pero en un nivel diferente: el inteligible no el simplemente sensible de los ‘físicos’.
2. La Biblia propone una explicación a partir de una mente creadora y una ordenación, hecha por esta misma mente, en los curiosos relatos del Génesis. Filón de Alejandría, en el siglo I y en su obra De opicifio mundi, da una interpretación en este sentido a esos relatos y muestra que el camino creacional es una explicación plausible para obviar el ‘dogma’ antiguo de la eternidad del mundo o el camino emanantista o panteísta.
Otra actitud, hoy muy extendida, es el autoprohibirse este tipo de preguntas sobre ‘el todo’. Pero, esto complica, más que arregla las cosas, ya que, con esta actitud estamos da capo, sin resolver nada. Hoy la ciencia más avanzada con las teorías más curiosas quiere salir al encuentro de esta dificultad, no pequeña, del postulado de la eternidad y/o inmutabilidad del cosmos.
3. La creación no se identifica, como el magisterio reciente de los Papas ha indicado, con la anti-evolución, sino que es la afirmación de un principio creador y ordenador del cosmos que ha impreso en él su propia racionalidad. La famosa conferencia del Papa Ratzinger en Ratisbona afirmaba eso.
La creación implica la afirmación que en la creación, y sobre todo en el hombre hay la huella racional de Dios. Esto también lo habían barruntado Pitágoras, Píndaro, Platón y Arato (a quien cita Pablo en el discurso del Areópago) y lo afirma Pablo mismo en la Epístola a los Romanos y, también, el Concilio Vaticano I.
4. Pero algunos de los autores paganos que acabo de citar, Pablo y el prólogo del Evangelio según Juan, afirman una ‘familiaridad’ entre la divinidad y el hombre. La ‘vida’ de Dios que está en el Logos, se comunica a la creación y, sobre todo, al hombre.
Celebramos esta comunicación de la vida de Dios en una multitud de hombres y mujeres que el Apocalipsis nos dice que es inmensa. En la lectura apostólica hemos aprendido cuál es la entidad de esta vida: es la santidad misma de Dios.
5. Esta comunicación de Dios mismo, no en su esencia sino, como enseñó Gregorio Palamas, en el siglo XIV, son sus ‘dynamis’ que los latinos llamamos ‘gracia’. Pero, no es simplemente la gracia creada, sino la increada que nos hace partícipes de la misma divinidad. Es la comunicación del amor gratuito de la Trinidad que nos diviniza.
Alguien puede preguntar cómo. La respuesta está en la perícopa evangélica de hoy. El amor sublime para su completa revelación necesita de alguien igualmente sublime. Pero ¿dónde encontrarlo? Únicamente el misterio del Dios Uno y Trino nos ofrece la solución al dilema ya presentado. Este misterio nos revela que el amor de Dios nunca permaneció inactivo o sin manifestarse: Las Personas de la Santísima Trinidad permanecen desde la eternidad en una comunión de amor mutuo e ininterrumpido. El Padre ama al Hijo y lo llama amadísimo. El Hijo dice de sí mismo: “Yo amo al Padre” (Ju 14:31) Son profundamente ciertas las palabras de San Agustín: “El misterio cristiano de la Trinidad es el misterio del amor Divino. Tu ves la Trinidad, cuando ves el amor.”