PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO DE 2022

Parroquia de Pedralbes

La Misa dominical
Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación personal
Año A. Primer Domingo del Adviento. 27 de novembre de 2022
Is 2, 1-15; Rm 13, 11-14; Mt 24,29-44

  1. El Dios que viene.
    Antes de fijarnos en el tema clásico entre los liturgistas de los tres ‘Advientos’ (advenimientos, venidas) de Dios, hay que descubrir el mensaje general del Adviento y el mensaje espiritual que conlleva. Es algo claro y limpio: Dios viene a nosotros. Puede parecernos algo ya manido, pero es algo muy esencial.
    Este fue el presentimiento poderoso y omnipresente de toda la revelación del Antiguo Testamento que, con el advenimiento de su Mesías, esperaba también el fin del tiempo. Fue el presentimiento inmediato de Juan el Bautista que, según los tres sinópticos, no quería hacer otra cosa que preparar, en el desierto, el camino del Señor y anunciar un juicio decisivo, expresado así en el Evangelio lucano: “El hacha ya está en la raíz de los árboles” (Lc 3,9). El que viene detrás de él es la ‘última’ decisión divina en la historia.
    Los tres textos de la misa están orientados hacia esas tres venidas de Dios, y quieren movernos del sueño y de la indiferencia. Pablo lo dice claramente: “Hay que levantarse: ya es de día”. Insiste, se puede percibir el acercamiento de Dios en el tiempo de nuestra propia vida: desde el tiempo de nuestra conversión, él se ha acercado mucho a nosotros. El Evangelio nos impone un estado de vigilia ya que no podemos dilucidar la venida de Dios a partir las acontecimientos terrenales. Dios irrumpe en la historia desde arriba. Verticalmente por decirlo de alguna manera, viene para todos en una hora inesperada: es por esta razón que hay que esperar continuamente.
  2. La espera y la esperanza
    Un estado de vigilia exigente reclama, desde el principio, que nos separemos de un mundo que ya no espera nada. Cuyo horizonte se reduce a los objetivos intramundanos, pero que no alcanza a nada esencial. La vida cotidiana es eso tan graciosamente descrito: “comer, beber, casarse”, sin presentir que, con el advenimiento de Dios, algo parecido a un diluvio puede caer sobre nosotros. Pablo llama a esa ocupación puramente terrestre “las obras de las tinieblas”, porque no han sido hechas en vista de la luz que ya ha comenzado a lucir. No desvaloriza lo que es terrestre. Sin duda que hay que comer y beber, pero, “sin excesos ni orgías”; casarse, pero, “sin lujuria ni desenfrenos”; ir al campo o al molino, pero “sin peleas ni celos”. Lo que es terrestre queda regido, refrenado, limitado a lo necesario para la espera de Dios. Todo lo que hacemos en el mundo es un sueño, y ha llegado la hora de levantarse. Y este levantarse ya es un principio de luz. Consiste en “revestirse de las armas de la luz”, con el fin de luchar contra la banalidad omnipresente en un mundo que ha abandonado Dios. Todo ello, pues, ya no es simple ‘espera’, es ya ‘esperanza’.
  3. A la luz del Señor
    La gran visión inaugural de Isaías, en la primera lectura, nos muestra que los que esperan a Dios son una montaña espiritual y la luz que expande es guía para que todos los pueblos se pueden orientar. En la “venida de Dios” aparece “el juez de las naciones, el árbitro de la multitud de los pueblos”. Es el momento en el cual la guerra incesante, inviscerada en el mundo, es apaciguada en la paz de Dios. Es en esta dimensión únicamente que el mundo, oscuro en sí mismo, puede “caminar a la luz del Señor”.
    Según el Antiguo y el Nuevo Testamento, esto no sucederá sin división y ni juicio: “uno es tomado, el otro dejado”. La promesa del Dios que viene, contiene necesariamente en sí misma y también, para el mundo, una amenaza. Es una advertencia a velar y a estar siempre “en guardia”, preparados para acoger la legada del Señor.
    Para los que están en ‘vela’ el advenimiento de Dios no es motivo de temor: “levantad la cabeza, pues tu salvación está cerca” (Lc 21, 28). Es el momento esperado y la gran esperanza. Esperanza, no terrenal y marchita, sino teológica y eterna. Es la espera de la gran esperanza: “el cielo y la tierra nuevos” en la participación de la gloria del Señor Cristo Jesús.

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