DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO: ‘GAUDETE’
Parroquia de Santa María Reina Barcelona / Pedralbes
11 de diciembre de 2022
Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación personal
Is 35,1-6a. 8a. 10; Sant. 5, 7-10; Mt 11, 2-11.
“¿Eres tú?”.
- Esa pregunta, forma un todo con el testimonio posterior de Juan el Bautista y con la efusión de su sangre en la terrible experiencia que él vive en la cárcel, en forma de una difícil oscuridad espiritual impuesta por Dios. Él esperaba “un Poderoso” que bautizaría con Espíritu y fuego. Y ahora aparece la “Buena Nueva” de este pacífico y manso, que “no apaga la mecha humeante”.
- Jesús calma su inquietud mostrándole cómo la profecía se cumple en él: en silenciosos milagros que exigen al mismo tiempo una fe confiada: “Bienaventurado quién no se escandalizará de mí”.
- Quizás sea precisamente por esta oscuridad que vive el testigo, la razón por la cual Jesús ensalza a Juan el Bautista ante la multitud. Juan es realmente lo que ha querido ser: el mensajero enviado delante de Jesús para prepararle el camino. Se ha autodefinido como “una mera voz en el desierto” que anuncia la maravilla de lo Nuevo que está por llegar.
- Realmente: el más pequeño en el ‘Reino’ llega a ser el grande que quien todavía forma parte de lo antiguo, y que sin embargo como “amigo del novio”, precisamente por su humildad al cederle su sitio, es bañado por la luz de la nueva gracia.
- Juan está, en el icono bizantino, pero realmente neotestamentsrio, junto a Maria, la madre, que viene también del Pacto antiguo y que pasan al Nuevo Testamento como grandes receptores de la gracia de Dios. Están María a la derecha y Juan a la izquierda del Juez del universo.
“El desierto debe saltar de gozo”.
6. Isaías presenta, en la primera lectura, la mutación del desierto en país fecundo y próspero a la llegada de Dios: “¡Mirad, aquí está vuestro Dios!”.
‘Desierto’ es el mundo que Dios no ha visitado todavía, pero que, ahora, está a punto de llegar. Ciego, sordo, paralítico, mudo, está el hombre si Dios no ha ido a su encuentro, pero ahora los sentidos se abren y se derriten los elementos.
7. Los ídolos, venerados en lugar del Dios vivo, son ellos mismos, tal como los salmos y los Libros Sapienciales los presentan, ciegos, sordos, paralíticos y mudos, y sus devotos son parecidos a ellos. Ellos fueron abatidos por el Dios vivo. Pero ahora, los hombres, liberados por el Señor, ‘vuelven’, libres de la muerte espiritual, a la verdadera vida. A eso precisamente se refirió Jesús cuando anunció su acción poderosa.
Espera paciente del Dios vivo y verdadero
8. Pero el retorno a Dios en su venida nos exige, como agudamente Santiago observa en la segunda lectura, una espera paciente. El campesino, y su habitual comportamiento, se presentan como un ejemplo a seguir. En efecto, él espera el fruto de la tierra, que, como dice en una parábola, Jesús, crece por sí mismo y el campesino no “sabe como” (Mc 4, 27). No atrae mágicamente la lluvia, sino que “espera pacientemente hasta que, en otoño y en primavera, la lluvia cae”.
9. Santiago ve que la paciencia cristiana no es un esperar perezoso, sino que exige una ‘consolidación’ del corazón. No se trata de una forma de training autógeno, “porque la llegada del Dios está próxima”. Paciencia no es simplemente el no precipitarse y el no apresurarse artificiosos, sino como un dejar venir a sí, en la fe, todo lo que Dios tiene dispuesto (cfr. Is 28, 16).
Cuando sabemos que el juez ya está “ante la puerta”, no tenemos ningún derecho a derribarla. Con gran sabiduría a los cristianos impacientes que son restíos al esperar la llegada del Señor-Rey, les son pospuestos los profetas y su perseverante espera como ejemplos a seguir.
10. De igual manera se les puede señalar la paciencia de María ante la llegada del Señor. La mujer grávida no puede y no tiene que apresurarse. También la Iglesia está embarazada, pero no sabe cuándo le llegará el tiempo de parir. Pero ella mira e imita a María: “Ha hecho el Señor, en mí, cosas grandes y santo es su nombre […] su misericordia se extiende de generación en generación”. Ese es el amor del Dios vivo y verdadero que no viene disfrazado de hombre, sino ‘encarnado’ en ese cuerpo humano que es el templo verdadero.
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