DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA LA PROTECCIÓN DE MENORES
Salón de los Papas jueves, 7 de marzo de 2024
¡Queridos hermanos y hermanas!
Me complace darles la bienvenida a su Asamblea Plenaria. Les agradezco de todo corazón su trabajo, que es muy importante, y también su testimonio personal y colectivo. De hecho, muchos de vosotros habéis dedicado vuestra vida al cuidado de las víctimas de abusos: es una vocación valiente, que nace del corazón de la Iglesia y la ayuda a purificarse y crecer.
En los últimos diez años vuestra tarea de ofrecer “consejos y consultas y también de proponer las iniciativas más adecuadas para la protección de los menores y de las personas vulnerables” (Praedicate Evangelium, art. 78) se ha ampliado considerablemente. Ha adquirido una fisonomía más definida, desde que os he pedido que os concentréis en ayudar a hacer de la Iglesia un lugar cada vez más seguro para los menores y los adultos más frágiles. Me alegra ver que muchos de ustedes están aquí hoy, así como también poder escuchar actualizaciones sobre sus actividades.
Os insto a continuar en este servicio, con espíritu de equipo: construyendo puentes y colaboraciones que puedan hacer más eficaz vuestra atención a los demás. Se ha tomado el tiempo y el esfuerzo de completar el Informe Anual sobre Políticas y Procedimientos de Salvaguardia en la Iglesia, que les he pedido que preparen. No debe ser simplemente un documento más, sino ayudarnos a comprender mejor el trabajo que aún nos espera.
Ante el escándalo de los abusos y el sufrimiento de las víctimas, podemos desanimarnos, porque el desafío de reconstruir el tejido de las vidas rotas y sanar el dolor es grande y complejo. Pero nuestro compromiso no debe fracasar; de hecho, os animo a seguir adelante, para que la Iglesia sea siempre y en todas partes un lugar donde todos puedan sentirse como en casa y donde cada persona sea considerada sagrada.
Para vivir bien este servicio debemos hacer nuestros los sentimientos de Cristo: su compasión, su manera de tocar las heridas de la humanidad, su Corazón traspasado de amor por nosotros. Jesús es Aquel que estuvo cerca; Dios Padre en su carne se ha acercado a nosotros más allá de todo límite y, así, nos muestra que no está alejado de nuestras necesidades e inquietudes. En Jesús Él asume nuestros sufrimientos y soporta nuestras heridas, como dice el cuarto poema del Siervo Sufriente del Libro del profeta Isaías (cf. 53,4). Y aprendamoslo nosotros también: no podemos ayudar a otro a llevar sus cargas sin ponerlas sobre nuestros hombros, sin practicar la cercanía y la compasión.
En nuestro ministerio eclesial de protección, la cercanía a las víctimas de abusos no es un concepto abstracto: es una realidad muy concreta, hecha de escucha, intervenciones, prevención y ayuda. Todos estamos llamados -en particular las autoridades eclesiásticas- a conocer directamente el impacto de los abusos y a dejarnos conmover por el sufrimiento de las víctimas, escuchando directamente su voz y practicando esa cercanía que, a través de opciones concretas, las eleva, les ayuda y prepara un futuro diferente para todos.
La respuesta a quien ha sufrido abusos proviene de esta mirada del corazón, de esta cercanía. No debe suceder que estos hermanos y hermanas no sean acogidos y escuchados, porque esto puede agravar enormemente su sufrimiento. Es necesario cuidarlo con compromiso personal, así como es necesario hacerlo con la ayuda de colaboradores competentes.
Os agradezco todo lo que hacéis para acompañar a las víctimas y a los supervivientes. Gran parte de este servicio se realiza de forma confidencial, como debe ser por respeto a las personas. Pero, al mismo tiempo, sus frutos deben hacerse visibles: debe ser conocido y visto el trabajo que realizáis acompañando el ministerio de protección de las Iglesias locales. Vuestra cercanía a las autoridades de las Iglesias locales las fortalecerá para compartir buenas prácticas y verificar la adecuación de las medidas implementadas. Ya les he pedido que garanticen el cumplimiento de “Vos estis lux mundi”, para que existan medios confiables para acoger y atender a las víctimas y sobrevivientes, así como para asegurar que la experiencia y el testimonio de estas comunidades apoyen el trabajo de protección y prevención.
Sé que vuestro servicio a las Iglesias locales ya está dando grandes frutos y me alienta ver cómo toma forma la iniciativa Memorare, en colaboración con las Iglesias de muchos países del mundo. Esta es una manera muy concreta para que la Comisión demuestre su cercanía a las autoridades de estas Iglesias, al tiempo que fortalece los esfuerzos de protección existentes. Con el tiempo, esto creará una red de solidaridad con las víctimas y quienes defienden sus derechos, especialmente donde los recursos y la experiencia son escasos.
Queridos hermanos y hermanas, gracias por vuestro delicado e importante servicio. Sus observaciones nos ayudarán a avanzar en la dirección correcta, para que la Iglesia siga comprometiéndose con todas sus fuerzas en la prevención de los abusos, en su condena firme, en la atención compasiva hacia las víctimas y en el compromiso constante de ser un lugar hospitalario y lugar seguro . Gracias por vuestra perseverancia y por el testimonio de esperanza que ofreceis. Os bendigo desde el fondo de mi corazón, oro por vosotros y os pido que oréis por mí.