DIETRICH BONHOEFFER 6
- Por “Realidades Ínltimas” Bonhoeffer entiende el evento de la Revelación en Cristo y por “Realidades Penúltimas” Bonhoeffer entiende la experiencia del ateísmo del mundo que ha llegado a su mayoría de edad y alcanza la cima de la Revelación divina. Porque, paradójicamente, Dios no se ha revelado en un hombre religioso en el triple sentido mencionado, sino en, por y como un ser humano (Mensch); no en un sacerdote, sino en un ser humano sin más; no en lo sagrado, sino simplemente en la vida humana. Jesús no es Juan Bautista: “Viene Juan Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Está endemoniado. Viene el Hijo del hombre que come y bebe, y decís: Mirad qué glotón y bebedor, amigo de recaudadores y pecadores” (Lc 7,33-34). Para Bonhoeffer, Cristo no es un hombre de lo sagrado, sino un homo humanus: un humano que vive lo humano con cada ser humano, revelando así la profundidad de gracia en el interior mismo de lo humano. . Para él, si Dios ha asumido plenamente nuestra humanidad en su Hijo, es bueno para el hombre ser hombre, llegar a serlo y seguir siéndolo, por ser, después de seguir las huellas de Cristo, un hombre con y para los demás.
El cristianismo, pues, no queda reservado a una elite piadosa que crece al abrigo de lo sagrado. El cristiano sigue a Cristo convirtiéndose radicalmente en hombre, y no con las prácticas religiosas. En este sentido, “Cristo puede llegar a ser también Señor de los no-religiosos”. El ser cristiano recibe de la Encarnación su significado último: es llegar a ser humano en el sentido lleno de la palabra, y seguir siéndolo en el contexto deshumanizante en el que se puede vivir.
Tal es la radicalización cristológica operada desde el ángulo de la humanidad de Dios por el último Bonhoeffer: llegar a ser un ser humano, y no sólo un cristiano, porque lo mismo se ha revelado absolutamente en un ser humano, en Jesús, “con” y “para los demás”.
Esta radicalización como recordará todo el mundo ha incidido, y no poco, en los planteamientos posteriores de la teología europea y americana. Necesitamos, aún, una evaluación crítica de este proceso en su ser y en sus consecuencias últimas, en el mundo en el que vivimos. Ahora bien, Cristo, la última Palabra que nunca pasará y que pone su sello en todas las cosas, no sólo hace que “lo penútimo” (las realidades humanas ordinarias) se presente, sino que se remite continuamente él mismo. La fe nos remite, no a unos problemas religiosos, sino a nuestras tareas humanas: “Nuestra mirada se dirige hacia las realidades últimas, pero tenemos todavía nuestras tareas, nuestras alegrías y nuestros sufrimientos en esta tierra”. Sólo si el hombre ama la vida y la tierra lo suficiente para que todo parezca terminado cuando ellas terminan, se tiene el derecho de creer en la resurrección de los muertos y en un mundo nuevo. La última palabra no debe preceder a la penútima. Vivimos en las realidades penútimas y esperamos, en la fe, las últimas.
Bonhoeffer utiliza aquí un argumento a fortiori. Cristo, con su santidad, no arrasa todo lo que le ha precedido, sino que asume y lleva a plenitud infinita lo que ya era bueno. Lo que hay de último y definitivo en la Revelación de Dios, precisamente en el hombre Jesús, no anula ni la realidad ni el valor de lo que es penúltimo, terrestre, provisional y frágil, sino que lo eleva y lo salva para darle gratuitamente todo su valor. Así pues, dado que lo último, que es Cristo, remite a lo penúltimo, que es el mundo con todas sus implicaciones humanas, “Cristo puede llegar a ser también el Señor de los no-religiosos”.
Bonhoeffer constata positivamente el proyecto del hombre moderno de llegar a ser humano sin Dios. Sin un Dios que deshumanizaría, se indica el camino de humanización al que conduce el proyecto de llegar a ser más humano con el Dios revelado en el hombre Jesús. Recuerda que el cristiano no es un homo religiosus, sino simplemente un hombre, como Jesús era un hombre por contraposición a Juan Bautista. Con esto Bonhoeffer no es un teólogo del cristianismo secularizado, del humanismo modelado sobre el ateísmo, para el que Jesús sería una referencia histórica entre otros, tal y como algunos proponen hoy. Bonhoeffer no es un ateo. Afirma que el cristiano es terrestre, no de manera anodina y banal, como la gente ilustrada, eficaces, indolentes o lascivos, sino que es disciplinado y el conocimiento de la muerte y de la resurrección está siempre presente en él. Afirmar que “el cristianismo no es de este mundo” significa para Bonhoeffer que no es una religión, que apoyándose sobre un presupuesto mesiánico último, apunta a un má¡s allá del mundo para huir de la realidad de este mundo; que apoyándose sobre el presupuesto de la interioridad o “anima”, por oposición a la exterioridad y a la historia, conduce al individualismo y a la autosatisfacción por las propias obras; que apoyándose en el presupuesto de la parcialidad, la religión se reserva un ámbito ¡separado de lo profundo: lo sagrado.
Para Bonhoeffer, la experiencia del ateísmo del mundo que ha llegado a su mayoría de edad alcanza la cima de la Revelación divina. Porque, paradójicamente, Dios no se ha revelado en un hombre religioso en el triple sentido mencionado, sino en, por y como un ser humano (Mensch); no en un sacerdote, sino en un ser humano sin más; no en lo sagrado, sino simplemente en la vida humana. Jesús no es Juan Bautista: Viene Juan Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Está endemoniado. Viene el Hijo del hombre que come y bebe, y decís: Mirad qué glotón y bebedor, amigo de recaudadores y pecadores” (Lc 7,33-34). Para Bonhoeffer, Cristo no es un hombre de lo sagrado, sino un homo humanus: un humano que vive lo humano con cada ser humano, revelando así la profundidad de gracia en el interior mismo de lo humano. . Para él, si Dios ha asumido plenamente nuestra humanidad en su Hijo, es bueno para el hombre ser hombre, llegar a serlo y seguir siéndolo, por ser, después de seguir las huellas de Cristo, un hombre con y para los demás.
El cristianismo, pues, no queda reservado a una elite piadosa que crece al abrigo de lo sagrado. El cristiano sigue a Cristo convirtiéndose radicalmente en hombre, y no con las prácticas religiosas. En este sentido, “Cristo puede llegar a ser también Señor de los no-religiosos”. El ser cristiano recibe de la Encarnacióm su significado último: es llegar a ser humano en el sentido lleno de la palabra, y seguir siéndolo en el contexto deshumanizante en el que se puede vivir.
Tal es la radicalización cristológica operada desde el ángulo de la humanidad de Dios por el último Bonhoeffer: llegar a ser un ser humano, y no sólo un cristiano, porque Dios mismo se ha revelado absolutamente en un ser humano, en Jesús, “con” y “para los demás”. Esta radicalización como recordará todo el mundo ha incidido, y no poco, en los planteamientos posteriores de la teología europea y americana. Necesitamos, aún, una evaluación crítica de este proceso en su ser y en sus consecuencias.
Mons. Jaume González-Agàpito