SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS. 1 de noviembre de 2024

Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación individual

i. Iglesia de Santa María de todos los Santos Mártires

  1. “Alegrémonos todos en el Señor, en este día de la fiesta que celebramos en honor de Todos los Santos, por cuya solemnidad se alegran los ángeles y alaban con ellos al Hijo de Dios”. Así cantó la Iglesia romana en el introito de la misa en honor de todos sus hijos trasladados de la muerte a la vida, del combate a la gloria, durante muchos siglos.
  2. Día tras día, a través del ciclo del año, la Iglesia va presentando a nuestra veneración y a nuestra imitación sus glorias más espléndidas, Pero, “Madre fecunda y amorosa”, no puede olvidar ni siquiera a aquellos de sus hijos cuyos nombres desconocen los hombres ahora vivos, pero que están escritos en el libro de la Vida.
  3. Cuando Roma acabó de conquistar “su mundo”, quiso levantar un monumento imperecedero al poder de todos los dioses. Εl Panteón debía ser el testimonio perenne de su gratitud. Pero, ella misma fue ‘vencida’ por Cristo y, desde entonces, la morada de los dioses se convirtió en templo de todos los mártires. Ya no sería el refugio de vanas sombras y leyendas sin alma, sino la casa de los santos de Dios, que harían verdadero el título que lr diera el paganismo: ‘Panteón’, templo de todos los dioses.
  4. Qué sentido tiene eso? “Yo dije -clamaba el salmista -: “Vosotros sois dioses, y todos, hijos del Altísimo”. En los primeros años del siglo VII, un papa, Bonifacio IV, recorrerá las catacumbas, y, emocionado, recogerá en aquellos subterráneos el palpitar generoso de los tiempos heroicos del cristianismo. Calixto, Ceferino, Sebastián, Cecilia, Inés, Valeriano, y tantos otros. Eran los nombres luminosos que hablaban de gestas inmortales.
  5. Pero, también, ¡cuántos sepulcros sin un verso, sin una letra, sin un indicio que dijese quién descansaba en el interior! ¡Cuántos huesos anónimos! Υ sin embargo, eran huesos consagrados por el martirio. Lo declaraba la forma de la tumba. Junto a ellos se veía la palma victoriosa, el instrumento del suplicio, ο la ampolla de cristal donde los cristianos recogieron su sangre. Tal vez podían distinguirse aún sus vestidos enrojecidos, sus cabezas sesgadas, sus miembros ahumados, mutilados ο magullados.
  6. Pero, el pontífice recoge tembloroso aquellas reliquias y prendas sagradas y, sacándolas de la oscuridad, las coloca en aquel templo que Agripa levantara, seis siglos antes, a la gloria de los dioses paganos. En sus vestidos pontificales brillan la púrpura y las piedras que llevaron antaño los perseguidores. En su vuelta al centro de la ciudad, veinticuatro carretas le siguen llevando los venerables trofeos.
  7. Con sus hijos, los quirites cantan el himno de la marcha triunfal: “Vuestra salida será dichosa y vuestro caminar lleno alegría. Α1 veros, los montes saltan de gozo, y las colinas famosas de la ciudad de Rómulo os aguardan con impaciencia. Apareced ya, santos de Dios, dejad el fragor del combate, entrad en Roma, que es ya la ciudad santa; bendecid al pueblo romano, que os lleva al templo de las falsas divinidades, desde hoy, iglesia vuestra, para adorar en él, con vosotros, la majestad del único Señor glorioso”.

II. Todos los Santos, conocidos e ignorados, santificados por Dios.

8.. Este hecho, triunfal y medieval, fue el primer paso para el nacimiento de las fiesta de Todos los Santos. Pero, pronto la solicitud de la Iglesia se extiende más lejos. Α los mártires de Roma, se asocian los de toda la cristiandad. Y a los que derramaron su sangre para dar testimonio de su fe, vienen a juntarse todos los justos que Dios santificó, día tras día, en el cumplimiento cotidiano del deber. Martirio lento y oscuro, mas no por esa razón menos difícil y heroico que el de la sangre.

  1. Ya en el siglo VIII, Beda el Venerable escribía estas bellas palabras: “Hoy, dilectísimos, celebramos en el júbilo de una sola fiesta, la solemnidad de Todos los Santos, cuya sociedad hace que el Cielo tiemble de gozo, cuyo patrocinio alegra la tierra, cuyos triunfos son la corona de la Iglesia; cuya confesión, cuanto más varonil, más ilustre, es en su gloria, porque al crecer la lucha, crece también el honor de los luchadores y, a la fuerza de los tormentos, corresponde la grandeza del premio […]”.
  2. La fiesta se había completado abriendo a nuestra consideración los horizontes infinitos de la santidad creada e increada. Ante todo la Trinidad Santísima, el Logos encarnado, el Rey de esos reyes que son los santos: “Venid – canta el invitatorio del día de hoy – adoremos al Rey de los reyes, porque Él es la corona de todos los santos”. Después, María, los nueve coros angélicos y todos los escogidos que nacieron de Adán; los patriarcas y los profetas, los apóstoles γ los mártires, los confesores y las vírgenes, como cantamos en el Te Deum.

III. La gloria de Dios en el cielo

  1. Rosas de martirio y violetas de humildad, siemprevivas de caridad y lirios de pureza; los que dejaron su huella luminosa en la senda de la humanidad, y los que se extinguieron en el silencio bajo la mirada bondadosa de Dios. Los que fueron luminarias de su siglo, y los que vivieron con nosotros una vida ignorada y humilde. Los ancianos de paso vacilante y manos temblorosas, pero de corazón juvenil para abrazarse con el deber cumplido. Los niños que comenzaban a vivir y corrieron impacientes al manantial de una vida mejor. Los jóvenes que despreciaron los encantos que el mundo les ofrecía y, animosos, dejaron ensueños por realidades. El rey que entre los esplendores del trono conservó puro su corazón y se sirvió de su poder para hacer bien a los pueblos. El poderoso que no puso su cuidado sólo en el brillo del oro, sino que siguió sencillamente al Señor. El pobre sacerdote que en el rincón de una aldea, desterrado casi del mundo, repartió, la Palabra salvadora al labriego y el pan de su mesa con el pobre y necesitado. El mendigo; el honrado comerciante, el humilde labrador, la doncella dulce y pura, la esposa virtuosa y solícita, la madre atenta y amante, el criado fiel, el industrial laborioso, el artesano probo, el pobre que corre los caminos de los deseos, devorado acaso por el ardor de la tristeza de la soledad.
  2. Todos los que en la riqueza, en la pobreza, en la obediencia ο en el poder, dejaron que Dios los santificara, imitando las virtudes del modelo de toda santidad, Jesucristo. Todos ellos son, este día, el objeto de nuestra culto: de veneración. Con nuestra fe los vemos en aquella patria del cielo, tal como los veía el vidente de Patmos, vestidos de las cícladas de oro, ceñidas las sienes con brillantes coronas, cantando el cántico nuevo, que sólo ellos pueden cantar y bebiendo la dicha perenne en la fuente maravillosa de la Sangre del Cordero. Con ellos hoy asociamos nuestras voces, aquí en la tierra, diciendo: “Sanctus, sanctus, sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt coeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis”.

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