LA MISA DOMINICAL Año B, domingo 31, 3 de noviembre de 2024

Dt 6, 2-6; Heb 7, 23-28; Mc 12, 28-34.

Sugerimientos de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación individual

I. El Sumo Sacerdote

  1. Leyendo el “De Specialibus Legibus” de Filón de Alejandría, autor contemporáneo de Jesús de Nazaret, comprendemos la lectura apostólica de hoy (Heb 7, 23-28). Allí vemos lo qué era y lo que significaba el Sumo Sacerdote y los sacerdotes de Israel.
  2. “Jesús tiene un sacerdocio eterno, porque, él permanece para siempre. De ahí que sea capaz de salvar, para siempre, a los que por su medio se acercan a Dios, ya que vive eternamente para interceder por nosotros”.
  3. El Dios uno y trino que por boca del Verbo encarnado proclama de nuevo, en la perícopa evangélica de hoy, el gran precepto: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”.
  4. Responde el escriba lleno de gozo: “Muy bien Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.

II. Cristo se ofrece él mismo

  1. Esto es lo que vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Cristo Jesús, verdadero Sumo Sacerdote, no tiene que ofrecer sacrificios por él, ni para la remisión de sus pecados: “No necesita, como los demás sacerdotes, ofrecer diariamente víctimas, primero por sus pecados y después por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo”.
  2. Cristo es “el sacerdote constituido por las palabras del juramento ‘posterior’ a la Ley, es el Hijo eternamente perfecto”. “Ciertamente que un Sumo Sacerdote como éste era el que nos convenía: santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y elevado por encima de los cielos […] Porque los sacerdotes constituidos por la Ley eran hombres llenos de fragilidades”

III. El “Segundo Mandamiento”-

  1. Todo ello es la respuesta a la gran pregunta: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”. Pero, Jesús añade “El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Hay que amar “al prójimo” como a mí mismo. Esta es la traducción correcta y exacta del texto evangélico. No “amar a los otros” como, tan mal, traduce el texto catalán de la perícopa evangélica de hoy. No se trata de un amor y de una solidaridad universales y mundiales. El precepto es de amar a nuestro próximo (‘prójimo’) como a mí mismo. Eso mismo manda el Deteronomio: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tú Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón los mandamientos que hoy te he transmitido”.
  2. “No hay ningún mandamiento mayor que éstos”. Son los grandes preceptos para el cristiano. Preceptos que olvidamos muy a menudo adorando ‘ídolos’ (poder, estatus, clase, dinero, condición social, etc.) y, a veces, no amando u odiando a nuestro prójimo, incluso disfrazándonos con una solidaridad universal.
  3. Si los cristianos, aquí, en nuestra tierra, amáramos a nuestros prójimos como a nosotros mismos no hubieran aparecido toda esa ristra de intereses, políticas, filosofías e, incluso, teologías que nos han llevado, muchas veces, a odiar a los ‘prójimos’, es decir, a los próximos como nuestros enemigos.
  4. Es en la complicada situación de Israel, y en el contemporáneo contexto de su vida mortal, cuando Jesús el Cristo proclama esos mandamientos que hoy parecen, a algunos, tan difíciles de observar: el amor a Dios con todo el corazón y al prójimo como a mí mismo.

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