DIETRICH BONHOEFFER

  1. Dietrich Bonhoeffer estuvo presente en Barcelona, ​​como vicario de la Parroquia Luterana Alemana, antes de nuestra Guerra Civil. Sin embargo, estuvo presente también en Barcelona, ​​en el pensamiento y en la investigación teológica de muchos espíritus que, en los años sesenta, leemos sus escritos, traducidos al francés, gracias a la posibilidad que nos ofrecía en aquella época la sección francesa de la librería “Amigos del Catecismo” cuando Mn. Cottet vertió en ella su dedicación y su generosidad.

En la época preconciliar, conciliar y postconciliar de hace más de cuarenta años, cuando se tambaleaban muchas de las propuestas que una escolástica acharrada y repetitiva nos había propuesto ahí mismo, Dietrich Bonhoeffer parecía ser un aire fresco y desgarrador que sintonizaba, y no poco, con el mundo que nos rodeaba y que, en esta misma casa, el Seminario Conciliar de Barcelona, ​​tenía una incidencia ni, cultural y social, que todavía nadie se ha atrevido a estudiar . Empezamos a vivir en un mundo secularizado y muy crítico con el hecho religioso, de cuya existencia algunos únicamente se han dado cuenta, cuarenta aÑos más tarde, ya entrado el tercer milenio.

El restauracionismo a ultranza de una sociedad cristiana era el presupósito de los conservadores alarmados y también de los progresistas católicos de media manga que soñaban en una nueva sociedad cristiana según los parámetros de ciertas ideologías de inspiración marxista. El resultado catastrófico de todo ello queda manifestado hoy, cuando todavía las nuevas versiones de una y otra tendencia se esfuerzan para poner al día sus postulados.

Pero, había en la Iglesia de nuestra casa, otras personas que se daban cuenta de que era un mundo nuevo el que nacía y que era necesario examinar, criticar, depurar o sustituir los mismos planteamientos de nuestra adscripción al cristianismo.

Los documentos del Concilio Vaticano II son el reflejo testimolial de estas tres direcciones del existencial cristiano y de sus derivaciones teológicas. Algunos que proveníamos de familias no de misa creíamos que era necesario abordar el problema en su radicalidad. En estas coordenadas, Dietrich Bonhoeffer fue un hallazgo, no cohonortador, sino más bien revulsivo e interrogante.

  1. Ser cristiano representaba, en aquella época, la aceptación de toda una cosmovisión, de unas solicitudes sociales, de una forma de comportarse y de una ideologÍa que muy poco tenían en ver con lo que se vivía en el dia a dia de una sociedad perturbada por unos conflictos no pequeños. ¿Había que, para ser cristiano, crear una campana de vidrio protectora de las esencias cristianas, o al menos entrar en ella?

Una reflexión crítica nos desengañó muy pronto de esa solución que nos proponían nuestros maestros. Muchas veces era lo accesorio y lo diferencial lo que se proponía como identitario. Nuestro cristianismo de gabinete no resistía el enfrentamiento con el mundo que nos rodeaba y en el que vivimos.

Dietrich Bonhoeffer, y precisamente en su sufrimiento cuando era prisionero de la irracionalidad de un mundo que parecía no poder ser cambiado se preguntaba: ¿Cómo puede Cristo llegar a ser también Señor de los no-religiosos en un mundo adulto, para el que la hipótesis de Dios resulta ya superflua? Esta pregunta nos cautivó desde que la leímos. Esta preocupación a la vez existencial y teológica, del último Bonhoeffer en sus cartas del cautiverio, era también la nuestra.

El Bonhoeffer preocupado no por cuestiones academicistas, sino enfrentado con su destino en la última etapa de su vida y divisando ser testigo de su maestro, Jesús, con la coherencia de su muerte, fue para nosotros una referencia importante.

A partir del 5 de abril de 1943, fecha en que fue encarcelado, Bonhoeffer no se encuentra en medio de universitarios y estudiantes de teología, sino en medio de prisioneros, hombres no religiosos que pasan de Dios. Es un universero nuevo el que se presenta a aquel inquieto y piadoso pastor-teólogo. Es el mundo de la realidad desgarradora que también nos rodea hoy, no la campana de vidrio en la que vivían tantos cristianos de siglo XX y en la que intentaron hacernos vivir a nosotros.

La carta del 30 de marzo de 1944 representó una toma de posición que marcó un corte en su vida y en su pensamiento. Es evidente que su destino está ya determinado por unos acontecimientos inexorables: las bombas amenazan con destruir la cárcel de Tegel. Para un alemán hijo de la civilización de la racionalidad cuesta aceptar que “el mundo està determinado por poderes contra los que la razón no puede nada”. Él, sin embargo, se encara con el porvenir, no tanto el suyo personal, ya determinado por el fracaso de la razón, como con el de la humanidad y el del cristianismo. Es en este contexto en el que se pregunta teológicamente y de forma programática: ¿Cómo hablar del cristianismo al margen de todo lenguaje religioso? ¿Cómo hablar de Dios sin religión?. Estas preguntas revolucionaron la teología, católica y protestante, de la posguerra y serán el estímulo para la nueva investigación teológica de la segunda parte del siglo XX.

Jaume González-Agàpito

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