DIETRICH BONHOEFFER 3

  1. Pero la trascendencia que surge en el servicio absoluto y generoso del prójimo, impone a cada uno a pregunta: ¿a quién dirigimos nuestra total dedicación en imitación de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Es el hombre sediento de Dios en un infantilismo que muchas veces le degrada?

Entre el 30 de abril y el 18 de julio de 1944 Bonhoeffer tiene la conciencia cada vez más aguda de que, a consecuencia de una evolución histórica originada principalmente en el Siglo de las Luces, la humanidad ha llegado a su mayoría de edad. Ha hecho aquella ruptura que separa al hombre adulto del niño y del adolescente, negando su total dependencia. Ha adquirido su autonomía en forma de una autosuficiencia en los diversos ámbitos de la existencia humana, y esto de forma irreversible. El hombre cree que ha aprendido a resolver todas las cuestiones importantes en el ámbito cosmológico, físico, social y también personal y ético, sin tener que recurrir a la hipótesis de Dios.

La pregunta inquietante para Bonhoeffer es de si esto también comprende las cuestiones metafÍsicas y religiosas. Él constata, sin embargo, que tanto en el ámbito científico, como en el humano, Dios es empujado cada vez más lejos, fuera de la vida. La realidad es que Dios va perdiendo terreno.

No se trata tanto de la negación de la existencia de Dios como de la afirmación de su casi absoluta inutilidad. Bonhoeffer analiza esta nueva forma que adopta el ateísmo en la modernidad. Hay en él un desplazamiento significativo: Cuando el mundo era “menor de edad”, la “hipótesis Dios” era todavía útil. Sin embargo, una vez conseguida la mayoría de edad, el mundo ‘pasa’ fácilmente de Dios. Éste fue el descubrimiento de Bonhoeffer en el contexto arreligioso de la cárcel. Este tipo de ateísmo práctico le golpeó fuertemente. De él hace un examen crítico:

Las personas religiosas hablan de Dios cuando los conocimientos humanos (a veces por pereza) chocan con sus límites o cuando las fuerzas humanas fallan. En el fondo se trata de un dios “ex machina” que ellos sacan a escena para resolver problemas aparentemente insolubles o para intervenir en ayuda de la impotencia humana. En una palabra: explotan siempre la debilidad y los límites de los seres humanos. Evidentemente, “esta manera de actuar sólo puede durar hasta el día en que los seres humanos, con sus propias fuerzas, harán retroceder sus límites y que el manantial “ex machina” resultará superfluo”.

Él, en cambio, quiere una nueva propuesta cristiana por este mundo en el que Dios es como si no estuviera:

“Me gustaría hablar de Dios, no en los límites, sino en el centro, no en la debilidad, sino en la fuerza, no a propósito de la muerte y del pecado, sino en la vida y la bondad del ser humano. En los límites, me parece preferible callar y dejar sin resolver lo que no tiene solución […]. Dios está en el centro de nuestra vida, está más allá de ella”.

Bonhoeffer propone a Dios en forma positiva y en el contexto de la realidad. El mundo, creado por Dios, disfruta de su autonomía. En una visión ontológicamente grandiosa, concibe al mundo en su entidad en una relación pacífica con Dios. Dios, sin embargo, no tiene necesidad de intervenir en el cosmos de forma visible o milagrosa, como una especie de titirretero de quien depende absultamente la entidad y el desarrollo de la obra. El creador es el centro absoluto de la realidad, no una fuerza implicada en sí misma a nivel creacional. Una apologética que intente probar a este mundo adulto que no puede vivir sin un tutor fracasará. Dios debe ser “fraudulentamente introducido” como un tutor hábilmente disimulado en la creación. Hay que reconocer simplemente el carácter adulto del mundo y del ser humano, que creados por un creador excepcional, pueden funcionar sin la continua intervención inmediata y positiva, de éste. Esta mayoría de edad hay que comprenderla positivamente, “mejor de lo que ella misma se comprende, mediante Cristo y el Evangelio”.

Esto hace que una nueva luz ilumine el mundo y haga caer el velo de todos los ateísmos camuflados. “El mundo adulto es un mundo sin Dios y por eso quizás está más cerca de Dios de lo que lo estaba el mundo menor de edad”.

Mons. Jaume González-Agàpito

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