LA INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA 2.Naturaleza de la inspiración de la Biblia

1. Padres de la Iglesia

6. La naturaleza de la inspiración, a partir del testimonio de los Padres de la Iglesia, la podemos clasificar así:

  1. Los primeros Apologetas, para describir la acción de Dios sobre el hagiógrafo, reproducen las expresiones e imágenes bíblicas de 2Tim; 2Pe; Am 3, 8; Jer 20, 9[1].
  2. El profeta es un instrumento, un órgano de Dios: Atenágoras, Leg. 7, 9 s.; Teófilo, Ad Autol. 1, 14; 3, 23; Cohort. 8; PG 6, 904 ss.; 1045. 1156.

7. Contra los montanistas, que admitían la inconsciencia del autor inspirado, precisaban, sin embargo, que el autor humano es absolutamente consciente y libre, bajo la acción de Dios (Miltiades[2]).

8. Dios ‘dicta’, ‘dice’ los libros sagrados. San Ireneo: “Las Sagradas Escrituras son perfectas por haber sido dictadas por el Verbo de Dios y por el Espíritu Santo”[3]. Algo semejante en San Jerónimo[4] y en  San Agustín[5].

9. Dios es ‘autor’ (auctor, en latín, significa ‘escritor’): escritor de la Sagrada Escritura: Clemente Alejandrino[6], San Ambrosio[7], San Agustín[8], San Gregorio Magno[9] 75, 517), a la que se llama “carta que Dios nos ha enviado desde la patria lejana”[10].

San Gregorio, en su Comentario al libro de Job, dice: 

“Pero es completamente inútil preguntar quién las ha escrito. Preguntarse cuál es el instrumento de que Dios se ha servido, cuando se cree que el autor del
libro es el Espíritu Santo. El que en realidad escribió fue el que dictó todo lo que había que escribir. Escribió el que, en aquel trabajo, fue el inspirador y el que mediante la voz del que escribía nos transmitió sus propias acciones para que las imitásemos”[11].

2. Magisterio de la Iglesia

10. Los documentos de la Iglesia van sucediéndose desde el s. V[12].

Los Concilios Ecuménicos.

1.     Contra los maniqueos que rechazaban el Antiguo Testamento, atribuyéndolo al principio
del mal, los documentos eclesiásticos sancionan la unidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento y lo que es más importante todavía: la identidad de su autor divino. 

2.     En tal sentido se pronuncia también el Concilio de Basilea – Ferrara – Florencia – Roma[13].

3.     El Concilio de Trento[14] definió el canon y confirmó 1a inspiración divina de todos los libros que lo integran, contra los protestantes, que admitían la inspiración bíblica y hasta la extendían indebidamente a las tildes y a los acentos, que son posteriores a los originales, pero rechazaban algunos libros como no sagrados.

4.     La definición dogmática de la inspiración de la Biblia se dio en el Concilio Vaticano I, el 24 de abril de 1870:

  1. Contra los racionalistas: desde I. S. Semler, 1725-1791, G. Paulus, D. Strauss y todos los hegelianos que sostenía una crítica radical contra la historicidad de la Biblia.
  2. Contra los semirracionalistas: Schleiermacher, Rothe, que juzgaban a los libros sagrados con la misma medida crítica con que se juzgaban las obras de los autores seculares.

Decía así[15]:

 […] Sin embargo, [Dios] agradó a su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y los decretos de su voluntad a los hombres por otra vía, la sobrenatural, según las palabras del Apóstol: “Dios, que muchas veces y de diversas maneras habló una vez a los padres por medio de los profetas, recientemente, en estos días, nos habló por medio del Hijo” (Heb 1,1-2). […] Esta revelación sobrenatural, según la fe de la Iglesia universal, proclamada también por el santo Concilio de Trento, está contenida en los libros escritos y en las tradiciones no escritas recibidas por los Apóstoles de la misma boca de Cristo o de los Apóstoles, inspirados por el Espíritu Santo, transmitidos de generación en generación a nosotros [Conc. Trid., Ses. IV, dec. De Can. Texto.]. Ahora bien, estos libros, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, integrales en todas sus partes, tal como están numerados en el decreto del mismo Concilio y tal como están traducidos en la antigua edición latina, deben ser considerados sagrados y canónicos. La Iglesia las considera sagradas y canónicas no porque, compuestas de obra humana, hayan sido luego aprobadas por su autoridad, ni porque contengan sin error la revelación divina, sino porque, habiendo sido escritas bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales han sido encomendados a la Iglesia”.

3. Magisterio pontificio:

1.     León XIII en la Providentissimus Deus.

2.     Pío X, decreto Lamentabili[16], condenación de los ‘modernistas’, que no admitían de la inspiración más que el nombre[17].

3.     Pío XII en la Divino afflante Spiritu[18].

Jaume González-Agàpito


[1] Con la terminología que emplearon Platón (Tim. 71 E-72 B; Menon 99 CD; Ion. 533 Dss.), Virgilio (En. VI, 45-51. 77-80), Lucano (Farsalia V, 161 ss.), para el fenómeno profético.

[2] Eusebio, Hist. Eccl., 5, 17.

[3] Adv. haer. I, 28, 2; cf. IV, 10, 1.

[4] Ep. 120, 10.

[5] en Ps. 62, 1, etc. PL 22, 997; 36, 748.

[6] Strom. 1, 5: PG 8, 717.

[7] PL 16, 1210. 

[8] PL 42, 157.

[9] PL 75, 517.

[10] San Juan Crisóstomo, PG 53, 28; San Agustín, PL 37, 1159, 1952; San Gregorio M., 3. PL 77, 706.

[11] In Job, prefacio.

[12] EB, n. 28. 30.

[13] EB, n, 48.

[14] EB, n. 59-60.

[15] Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei filius, caput II: De revelatione: “Eadem Sancta Mater Ecclesia tenet et docet, Deum, rerum omnium principium et finem, naturali humanae rationis lumine e rebus creatis certo cognosci posse; invisibilia enim ipsius, a creatura mundi, per ea quae facta sunt, intellecta, conspiciuntur (Rom. I.): attamen placuisse eius sapientiae et bonitati, alia, eaque  supernaturali via se ipsum ac aeterna voluntatis suae decreta humanp generi revelare, dicente Apostolo: Multifariam, multisque modis olim Deus loquens patribus in Prophetis: novissime, diebus istis locutus est nobis in Filio (Hebr. I, 1-2). Huic divinae revelationi tribuendum quidem est, ut ea, quae in rebus divinis humanae rationi per se impervia non sunt, in praesenti quoque generis humani conditione ab omnibus expedite, firma certitudine et nullo admisto errore cognosci possint. Non hac tamen de causa revelatio absolute necessaria dicenda est, sed quia Deus ex infinita bonitate sua ordinavit hominem ad finem supernaturalem, ad participanda scilicet bona divina, quae humanae mentis intelligentiam omnino superant; siquidem oculus non vidit, nec auris audivit, nec in cor hominis ascendit, quae praeparavit Deus iis, qui diligunt illum (1 Cor. II, 9). Haec porro supernaturalis revelatio, secundum universalis Ecclesiae fidem, a sancta Tridentina Synodo declaratam, continetur in libris scriptis et sine scripto traditionibus, quae ipsius Christi ore ab Apostolis acceptae, aut ab ipsis Apostolis Spiritu sancto dictante quasi per manus traditae, ad nos usque pervenerunt (Conc. Trid. sess. IV Decr. de Can. Script. ). Qui quidem veteris et novi Testamenti libri integri cum omnibus suis partibus, prout in eiusdem Concilii Decreto recensentur, et in veteri vulgata latina editione habentur, pro sacris et canonicis suscipiendi sunt. Eos vero Ecclesia pro sacris et canonicis habet, non ideo quod sola humana industria concinnati, sua deinde auctoritate sint approbati; nec ideo dumtaxat, quod revelationem sine errore contineant; sed propterea quod Spiritu Sancto inspirante conscripti Deum habent auctorem, atque ut tales ipsi Ecclesiae traditi sunt. Quoniam vero, quae sancta Tridentina Synodus de interpretatione divinae Scripturae ad coercenda petulantia ingenia salubriter decrevit, a quibusdam hominibus prave exponuntur, Nos, idem Decretum renovantes, hanc illius mentem esse declaramus, ut in rebus fidei et morum, ad aedificationem doctrinae Christianae pertinentium, is pro vero sensu sacrae Scripturae habendus sit, quem tenuit ac tenet Sancta Mater Ecclesia, cuius est iudicare de vero sensu et interpretatione Scripturarum sanctarum; atque ideo nemini licere contra hunc sensum, aut etiam contra unanimem consensum Patrum ipsam Scripturam sacram interpretari”, ASS, vol. V (1869-1870), pp. 481- 493.

[16] EB, n. 200 s.

[17] Por ejemplo, Loisy decía: “Dios es autor de la Sagrada Escritura del mismo modo que es arquitecto de la basílica de San Pedro”,

[18] AAS (1943) 297-326,

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