LA INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA 4. ¿El lenguaje y la gramática son también inspirados?
22. La elección de las palabras, el discurso oral o escrito, la gramática, la sintaxis, la ordenación histórica son psicológicamente inseparables de la concepción de las ideas y de la formulación de los juicios. A todo ello, sin embargo, se extiende el influjo divino, de suerte que las verdades propuestas por Dios son expresadas “de un modo adecuado” por el hagiógrado. Esto es lo que se llama la “inspiración verbal”.
Franzelin y muchos otros quisieron negarla partiendo de un concepto abstracto de ‘autor’ como si no fuese equivalente a ‘escritor’. No puede sustraerse al influjo divino esta parte tan importante e inseparable de la precedente preparación del texto, y sería incluso un atentado contra el famoso “principio ontológico de la causa instrumental”. Después de la encíclica de León XIII, Providentissimus Deus, muchos especialistas en Sagrada Escritura y en Teología Fundamental volvieron a la doctrina tomista sobre la inspiración de la Biblia.
23. Para que Dios sea el “verdadero autor” del libro bíblico es necesario que:
- Dios intervenga sobre la voluntad del hagiógrafo, en forma tal que éste ponga todos los actos necesarios para la exteriorización del trabajo del entendimiento.
- Dios mueva (aplique) y eleve la voluntad de suerte que el efecto se produzca infaliblemente.
- Sea una moción previa respecto de las relaciones entre el agente principal y el instrumento, físico y no sólo moral.
- Sea una acción interna e inmediata: el hombre es la causa instrumental.
- Este influjo divino deje íntegra la libertad ante la acción de la causa primera.
Los hagiógrafos dan la sensación de que se deciden y escriben libremente (cfr. Lc 1, 1; Rm 15, 15 ss.; 2Cor 7, 8 s.). “Dios, que ha dado el ser a las criaturas y las conserva, mueve también a cada una de ellas según la condición de la naturaleza propia de ellas, y por tanto las libra conservando y respetando su libertad”[1]. “Dios asiste a los escritores sagrados de suerte que puedan expresar debidamente, con verdad, todo y sólo lo que Él quiere”[2].
24. “Dios otorga una particular y continua asistencia al escritor hasta que termine el libro”[3]. Por consiguiente, no hay nada en el hagiógrafo que sea ajeno a esta acción divina. No se da ni un momento en que trabaje por sí solo. Así, todo el libro es igual e íntegramente inspirado, es decir, divino y humano. El hombre no tiene conciencia de la acción de Dios, se ha afanado por recoger el material y sigue afanándose por componer el libro. Además de ser libre, bajo la influencia de la inspiración, el autor explicita toda su actividad, aplica y manifiesta sus dotes, su cultura, su índole, su mentalidad. He ahí por qué los Padres de la Iglesia hacen notar las diferencias en el modo de concebir y en el estilo de cada uno de los hagiógrafos: la poesía de Isaías, la rudeza de Amós, los con-
ceptos propios del Evangelio según Juan y los específicos del Corpus paulinum a propósito de la redención, las muchas diferencias entre los mismos Evangelios sinópticos. Todo de cada uno de los libros es de Dios y del hagiógrafo. Con sólo explicar su propia virtud, el hombre ha puesto en acto la que en aquel momento le ha sido comunicada por Dios, y así nosotros sabremos lo que Dios ha querido decirnos, averiguando lo que el hagiógrafo ha querido expresar.
25. Toda la Biblia es inspirada. Tiene a Dios por autor y es, por tanto, “palabra de Dios”. Mas no todo lo que hay en ella tiene en el mismo grado de inspiración. La inspiración no presenta en cada uno de los elementos del libro la revelación de un pensamiento divino.
Cuando se dice que lo accesorio es revelado, en el mismo grado que lo es lo esencial, no se afirma que lo contenido es revelado todo en el mismo grado y en el mismo sentido en sí mismo. Lo es en la proporción en que sirve a un determinado contenido.
El escritor no intenta escribir más que la “historia de la salvación” o “de la relación del hombre con Dios”, para iluminar a los lectores para ofrecerles cuanto necesitan para salvarse y, así, dar gloria a Dios. Pero no presenta un árido catálogo de fórmulas dogmáticas, ni de preceptos, no ofrece una serie de “juicios formales”, sino que escribe como hombre y para los hombres, y emplea mil medios para presentar, ilustrar y hacer aceptar su mensaje. Así se puede comprender que ningún detalle es superfluo cuando contribuye a que el libro sea más bello, más agradable y, por tanto, más útil.
26. El texto bíblico está inspirado, pero, no por sí mismo. La Biblia no quiere ser, no es, un
tratado científico de cosmología, de geología, de astronomía, o de cualquier otra ciencia. También eso es “palabra de Dios”, en cuanto se halla en la Sagrada Escritura y cuando el redactor así pensaba y así escribió en su contexto vital, existencial y social. Pero, todo ello no es un “formal aserto de Dios”, es decir, algo revelado por Dios. Cada uno de los elementos del libro sagrado debe ser juzgado según su afectiva contribución a la finalidad y al conjunto del libro, pero no se le puede desligar del contexto, ni dar un valor absoluto adulterando, así, las intenciones del autor.
En la inspiración de la Biblia, Dios hace obrar el espíritu humano sin violar su propio modo de obrar. El influjo inspirador invade todo lo que es fruto de ese obrar, pero garantiza cada uno de sus elementos en la medida querida por el autor.
Cuando éste quiere enseñar como absolutamente cierta una proposición, como, por ejemplo, es la de Gn 1, 1, esa proposición es absoluta e infaliblemente cierta. Pero, cuando presenta, mediante los conocimientos y el lenguaje de su tiempo, una descripción sobre la creación, con el fin de inculcar la observancia del sábado, sin ponderar el valor absoluto, lo cual no entraba en su intención, Dios ha querido que se nos hable de tal modo, en los versículos igualmente inspirados, de que el autor pensó y escribió así.
Un elemento que sólo figura en el texto como ornamento literario es inspirado, pero solamente en cuanto lo que es. Así cuando el hagiógrafo expresa dudas, temores y sentimientos a veces imperfectos, por ejemplo en Jer 15, 10; y en Gal 3, 1, Dios quiere que dichas expresiones sean tenidas como lo que son. La inspiración nos asegura que efectivamente el hagiógrafo dudó, pero también que Dios quiere que 1os sentimientos expresados permanezcan como exclusivamente humanos. En cuanto están expresados en el libro inspirado, y sólo en este punto comienza la inspiración, implícitamente se afirma que el hagiógrafo realizó esos actos y, por lo tanto, tal juicio debe ser infaliblemente verdadero. Pero los mismos actos en sí mismos, como que no pertenecen al entendimiento, siguen siendo lo que eran, simples actos del hagiógrafo.
Jaume González-Agàpito
[1] Santo Tomás de Aquino, De Malo, I, q.; q. 3, a. 2.
[2] Con tal frase León XIII habla del influjo positivo de Dios incluso sobre las facultades ejecutivas. Y tal influjo no ha de ser necesariamente inmediato, es decir, que no tiene que ejercerse sobre cada una de ellas directamente, es suficiente que se ejerza por medio de la voluntad, de la que todas ellas dependen y por la que todas son movidas.
[3] Benedicto XV, encíclica Spiritus Paraclitus, en EB, n. 448.