LA MISA DOMINICAL

Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación individual

Año B, domingo 2º. 14 de enero de 2024
1Sam 3, 3-10.19; 1Cor 6,13-15.17-20;Jn 1, 35-42

  1. Cristo no llama, quiere que le siguan.
  2. Jesús, después de la Epifanía en el Jordán, inicia su vida ‘evangélica’: la del anuncio del gran mensaje de la “Buena Nueva”. No empieza llamando él mismo los discípulos. Es el Bautista quien lo indica como alguien digno de ser seguido. Es el discipulado antiguo. Los discípulos no reciben, como ahora, simple erudición, sino la enseñanza de una forma de vivir: de vivir con el Maestro.
  3. Andrés y Juan inician un seguimiento físico. Siguen a Jesús sin saber nada de él. Sin conocer su doctrina. Su maestro, el Bautista, les ha dicho que aquél es el “Gran Maestro”. Ellos lo siguen. Ese seguimiento no es muy prolongado. Jesús se vuelve. Los mira profundamente. Pregunta: “Qué andáis buscando”. Ellos no saben traducirlo en palabras y, a la gallega, responden con otra pregunta: “¿Maestro, dónde vives?”. Con todo es una pregunta fundamental: hay que conocer donde posa el Maestro, donde tiene su casa, para poder conocerlo mejor. “Venid y ved”, es la respuesta del Rabbí. Es una invitación a compartir su vida, sin ulterior explicación.
  4. Sólo ‘verá’ quien va junto a él. El evangelista confirma el hecho “Fueron, vieron donde estaba y se quedaron”. Toda una jornada memorable. El redactor consigna la hora (décima) del encuentro. ‘Quedarse’ con Jesús es una palabra ‘mágica’ en el Evangelio según Juan. Expresa la cercanía, el discipulado, la opción, la fe y el amor.
  5. Tampoco el tercero, Simón, es llamado. Es casi arrastrado a la fuerza por su hermano, Andrés. Es casi forzado. “Hemos hallado el Mesías”, le espeta su hermano. El encuentro es emblemático. Primero la mirada de Jesús. Luego su identificación y su misión. Cristo no suplica, dispone. Esto, a ciertas espiritualidades de hoy, no gusta, pero en el Evangelio joáneo es así. Es la fuerza del Maestro que atrae, finaliza e impone un destino que es una misión.
  6. Invitación a escuchar.
  7. La lectura veterotestamentaria relata la llamada del “primer profeta”, del niño Samuel. Dios lo llama mientras duerme. Él oye la llamada, pero no sabe quién le llama. Samuel no conocía todavía a Yahweh. En la primera y segunda vez va a ponerse a disposición de sacerdote Helí.
  8. Éste, la tercera vez, comprende que es Dios mismo quien llama al niño. Le enseña a ponerse en disposición de discípulo de Yahweh: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
  9. Los ministros de Dios no tienen que interponerse en el discipulado, sino enseñar a escuchar a Dios. Dios desconcertantemente habla a los seres más impensables: a un niño, a una pobre mujer sin hijos, a una virgen de Nazaret. Enseñar a reconocer, discernir y escuchar la voz de Dios es la quinta esencia de la mediación ministerial en la Iglesia.
  10. El oyente puede ser, como Samuel, un niño que oye la voz de Dios pero no es capaz de interpretarla, de reconocerla. Ese es también el papel de la Iglesia: discernir una llamada auténtica de una supuesta. El mismo Dios que llama cuenta con esta mediación. Los ministros de la Iglesia, como Helí, han de poder distinguir si realmente es Dios quien llama y saber educar en el discipulado divino. No han de enseñar teología, sino el ‘temor’ de Dios, es decir su frecuentación y servicio.
  11. La santidad del Cuerpo Místico de Cristo.
  12. Pablo, en la segunda lectura, nos habla de la coherencia del discipulado en toda la vida. El discípulo “ya no se pertenece a sí mismo”. Cristo que lo ha comprado como un esclavo, le da la libertad de servir a Dios, con el alma y con el cuerpo. Es un miembro del cuerpo sagrado de Cristo. Es un templo del Espíritu Santo. No puede mancillar su cuerpo porque mancillaría el cuerpo mismo de Cristo. La dedicación del discipulado de Cristo no es parcial, ni intermitente, ni analógica, ni por horas. Es total. Todo el hombre, también el corpóreo, está al servicio de Dios.
  13. Es una contrafacción del cristianismo la propuesta farisaica del mero cumplimiento de preceptos. A Dios no se le sirve, en el discipulado de Cristo, con una programación de actos de piedad y con una visión teológica del mundo. Se requiere mucho más: la santidad que da el ser miembro de Cristo. No basta la “santidad” que ofrecen los charlatanes vendedores del cristianismo a la carta. La santidad, por la redención en la sangre de Cristo, es “para muchos” pero sin rebajas ni escamoteos.
  14. Esa santidad es obra de la “gracia increada” de Dios. Lo enseñó San Gregorio Palamás, en el siglo XIV. Lo enseña el Papa Francisco una y otra vez: es Dios quien santifica. Lo enseño el Concilio de Trento: Sesión VI, De iustificatione, Canon 1: [Si alguno dice que un hombre puede ser justificado ante Dios por sus obras, ya sea por las potencias de la naturaleza humana, ya por la enseñanza de la Ley, sin la gracia divina en Cristo Jesús, sea anatema]”.

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