LA MISA DOMINICAL Año B, domingo 13, 30 de junio de 2024
Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación individual
Sab 1, 13-15; 2, 23-24; 2 Cor 8, 7.9; Mc 5, 21-43.
I. El gran enigma: el mal
1.El problema del mal ha preocupado intensamente al hombre. Específicamente al filósofo. Santo Tomás entre sus Opuscula tiene uno (De malo), por cierto nada breve, dedicado al problema. Desgraciadamente, sin embargo, la visión metafísica del mal descuida, a menudo, la tragedia humana y existencial del mismo.
- El hombre, en su sed de infinito y en la constricción de su contingencia, experimenta intensamente aquella desazón que tan bien expresó Giuseppe Verdi en el preludio de la obra que él mismo dirigió en Madrid, La forza del destino. La vida humana reducida a su pura esencia biológica aparece como una admirable combinación de algunos de los elementos que aparecen en la tabla de las valencias con unas implicaciones de relaciones transversales que sólo y de forma muy elemental puede captar una potentísima máquina de soporte electrónico.
- Pero también esto es una pura caricatura de lo que realmente es nuestra compleja existencia. El hombre, desde sus estadios paleontológicamente más reculados, se abre a una visión transcendente de su existencia, que curiosamente es la prueba de su hominización, y que plasma en la religión, en los mitos y en la experiencia de lo sagrado que tan bien describió el año 1917 Rudolf Otto en su obra Lo Santo.
II. El contacto con Cristo
- Las lecturas de hoy hacen aflorar grandes y terribles preguntas. Cristo cura una enferma y resucita a una muerta. Parece ser esa su profesión para Jairo y para la hemorroisa: el ‘curador ‘.
- Pero ¿por qué, después de él los hombres han de enfermar de nuevo y morir? ¿Dios quiere la muerte? Si en este mundo, después de Cristo, todo sigue igual, ¿para qué ha venido Cristo?
- De los relatos evangélicos entrecruzados quiero fijarme sólo en pocas palabras. De la hija del archisinagogo muerta, ciertamente según nuestros parámetros, adice Jesús: «La niña está dormida». Y se ríen de él. De la hemorroisa que le toca el manto mientras la turba está apretando por todas partes, él dice: « ¿Quien me ha tocado el manto?». Los discípulos lo miran llenos de extrañeza.
- Respecto de la muerte corporal él habla de sueño, lo repetirá respecto de su amigo Lázaro (Jn 11, 11). La verdadera y propia muerte, que el Apocalipsis llama ‘segunda’ y definitiva, es para él algo totalmente distinto. La enfermedad, preludio de la muerte para los judíos, no es para él nada insignificante. Para curarla debe «salir de él una fuerza» como se constata en Lucas en todas las curaciones.
III. “Dios no ha creado la muerte”.
- Sólo así se puede entender la afirmación de la primera lectura: «Dios no ha creado la muerte». La joya que es el Libro de la Sabiduría, se abre con el neto planteamiento de un problema que ya había ocupado intensamente a los pensadores más eximios de la Hélade: el mal y la muerte no son de origen divino.
- El hombre y su mundo, iconos de la divinidad, han caído en la celada de su propia entropía. Es el pecado luciferino de querer negar la transcendendia ínsita en todo lo creado, material y espiritual: “yo soy la medida de todas las cosas”. Esta cerrajón a acatar la soberanía de Dios es el origen y la causa de su muerte.
- La vida, don divino en todos sus estadios, cuando se la reduce a la pura contingencia, experimenta la desazón de su quebradiza contingencia y de la muerte. El sabio veterotestaentario, como Jesús, distingue una doble muerte: una natural, que se da con el fin de la existencia terrena, y otra antinatural, producida por la antítesis de los hombres respecto a Dios. –
- Las palabras de Jesús son iluminadores: «Quien cree en mí, aunque muera, vivirá» y sigue «Quien vive y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11, 26). Dios ha creado al hombre finito y contingente. Pero el hombre, con sus pecados, ha creado la segunda muerte.
- “-Creo en la resurrección de la carne” es la afirmación de poder soberano de Dios sobre la esclavitud del hombre y su mundo reducidos a pura materialidad. La Razón divina (el Logos) conforme a la cual “todo llega a la existencia” es la fuente de la vida. Vida que es «Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo».
- Al encarnarse al Razón divina (el Logos) ha hecho posible nuestra regeneración y nuestra resurrección transcendente.