LA MISA DOMINICAL Año B, domingo 3, 21 de enero de 2024
Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación individual
Jonás 3,1-5. 10; 1Cor 7,29-3 1; Mc 1,14-2.
La amenaza en boca de Jonás.
- Si, ante nuestros problemas, alguien hubiera proferido aquí y ahora las palabras de Jonás, hubiera quedado como el loco de turno o como un profeta de calamidades. Pero, la maldita historia le hubiera dado razón. No sólo Nínive, sino el mundo entero lloraba, durante la Pandemia, su desolación, su impotencia y su fracaso ante algo que podía más que él.
- Pero, Nínive se convirtió y no fue destruida. A Dios le importaba y le importa hoy la conversión de Nínive, no su destrucción. Dios siempre quiere el bien y nunca la destrucción. Cuando se da la conversión, el mal desaparece y sólo reina Dios por el bien.
- No se trata de resolver así, de un tajo, el problema filosófico y teológico del bien y del mal, se trata de entender el carácter profundamente irónico del Libro de Jonás: ¿Cómo un Dios, que es bueno, puede amenazar con una gran catástrofe y luego rectificar? Se trata de entender que el verdadero problema, aunque muy grave, no es el saber todo sobre la causalidad y la etiología del cosmos, sino el de comprender de que somos alguien capaz de entender, de comprender, de pensar y de rectificar: ese es el profundo sentido ‘irónico’ del universo y de mi mismo ser.
- La brevedad del tiempo
- Pablo, en la segunda lectura, habla de algo muy importante la brevedad del tiempo. No se trata de una simple ‘espera’, sino de una verdadera ‘esperanza’. Ello es importante para comprender el carácter del ‘tiempo’.
- Vivimos en una condición temporal tan urgente que casi siempre no tenemos tiempo para nada, pero, también, queremos tiempo para hacerlo casi todo. Aquí aparece también la gran ‘ironía’ teológica paulina: llorar como si no lloraras, casarte y como si no tuvieras esposa, comprar como si no fueras dueño, etc.
- Todos los bienes que tenemos y usamos en el mundo, debido a la presión del tiempo y al consumo de la figura del mundo, deben ser poseídos y utilizados de tal manera que se pueda renunciar a ellos en todo momento. Es decir, no hemos de ser esclavos: nuestra ‘temporalidad’ nos hace libres. Eso es duro, pero fundamental. Tenemos tiempo y siempre hay la posible revocación (metanoia, conversión) para empezar de nuevo, pese a todo lo que nos preocupa, nos asusta o tememos.
- Jesús empieza su vida pública en la temporalidad de lo cotidiano
- La perícopa del Evangelio muestra las consecuencias del tiempo anunciado como “ya cumplido” por Jesús. En este ‘cumplimiento’, el reino de Dios se sitúa en el umbral del tiempo terrenal y, por tanto, se vuelve muy significativo consagrarse con toda la existencia a esta realidad que infaliblemente está por llegar. No se hace espontáneamente, casi todo es urdido y provisto por Dios mismo.
- Cuatro discípulos son llamados por Jesús y apartados de su actividad en el mundo: la pesca en el lago de Tiberiades. Obedecen y son provistos de una nueva identidad en su vocación: ahora, en el Reino de Dios, serán pescadores de hombres. Es un cambio radical, pero que empieza en la cotidianidad.
- Es un cambio de oficio con el mismo nombre de la tarea. Pero, incluso los cristianos, que permanecen en su profesión en el mundo, están llamados al servicio del reino que Jesús anuncia.
- Pero, para seguir esta llamada, necesitan la indiferencia de la que hablaba Pablo en la segunda lectura. Así como los hijos de Zebedeo dejan a su padre y a sus obreros para seguir a Jesús, así también el cristiano, que permanece en el mundo, tiene que dejar atrás muchas cosas que le parecen indispensables si quiere seriamente seguir a Jesús. “El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de Dios” (Lc 9, 62).
- Ahora, aparece la gran pregunta: ¿en mi temporalidad cristiana, he aceptado ser pescador/a de hombres y de mujeres