LA MISA DOMINICAL DE PENTECOSTÉS Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación individual
Año B, Solemnidad de Pentecostés, 18 de mayo de 2024
Hech 2, 1-11; Gal 5, 16-25; Jn 15, 26-27; 16, 12-15.
I. El “Espíritu de la Verdad: “τὸ πνεῦμα τῆς ἀληθείας”.
- La perícopa evangélica es una referencia capital que indica la función más importante del Espíritu Santo que nos ha sido enviado: Jn 16, 13a, “Pero cuando venga él, el Espíritu de verdad, él os introducirá en toda la verdad [ὅταν δὲ ἔλθῃ ἐκεῖνος, τὸ πνεῦμα τῆς ἀληθείας, ὁδηγήσει ὑμᾶς ἐν τῇ ἀληθείᾳ πάσῃ].
“Él os introducirá en la toda verdad” ya que Él mismo es el “Espíritu de la verdad”. Verdad, en griego ἀληθεία, es la verdad de Dios tal como nos ha sido revelada definitivamente, pero insuperablemente, por Jesucristo. - Atención aquí, para no caer en el pelagianismo enérgicamente combatido por el Papa Francisco: el Espiritu Santo no es “el maestro de novicios” que viene sólo a enriquecernos con los siete dones y los carismas que tanto apasionan a los cristianos latinos. Son dones y funciones de la gracia creada. Él Santo Espíritu nos infunde tambien y sobre todo la “gracia increada” de Dios que tan bien expuso, en el siglo XIV, San Gregorio Palamás.
- El Espíritu Santo, Jn 26, 13b: “ […] no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que ha oïdo y os anunciará lo que ha de venir. [οὐ γὰρ λαλήσει ἀφ᾽ ἑαυτοῦ, ἀλλ᾽ ὅσα ἀκούσει λαλήσει, καὶ τὰ ἐρχόμενα ἀναγγελεῖ ὑμῖν]”. “El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. ¿Sin Él a qué quedaría reducida? Sería ciertamente un gran movimiento histórico, una compleja y sólida institución social, quizá una especie de agencia humanitaria. Y, en realidad, así la consideran quienes la ven fuera de una perspectiva de fe”, decía Benedicto XVI, el 31 de mayo de 2009.
- Dios es amor. Tanto ha amado al mundo que le ha dado su Hijo. Esto ninguno de los discípulos de Jesús de Nazaret, ni nosotros mismos, lo habriamos comprendido si no nos lo hubiera revelado el mismo Espíritu de Dios. Somos intruducidos en la misma intención salvífica del Dios vivo y verdadero.
II. El Espíritu Santo emerge, en Dios, del amor infinito entre el Padre y el Hijo.
- Él, el Santo Espíritu, es el mismo amor divino. Da testimonio de ello cuando “es derramado como amor salvador de Dios en nuestros corazones” (Rm 5, 5).
Siendo este amor recíproco en Dios, no revela tanto su propia identidad, cuanto la grandeza, la sublimidad y la inmensidad del Amor eterno y divino.
Nos introduce en aquello que el Hijo llama ‘mío’y, por lo tanto, es también del Padre. - Pero, nos introduce en ese amor, no teoréticamente, sino haciéndonos participar de su realidad, enseñándonos a amar desde el interior mismo del amor de Dios que todo lo abraza.
III. El fruto eclesial del Santo Espíritu.
- La segunda lectura nos lo indica. En nuestra vida cotidiana, nos hemos de dejar guiar y conducir por el Espíritu Divino. Para que creamos no solamente en la ‘verdad’, sino que sea también una realidad eclesial.
Eso, en la Iglesia, se hace en lucha con lo que la Sagrada Escritura llama “la carne”. Es decir, una vida alejada y olvidada de Dios y asida únicamente al poder y al placer terreno, que aniquila la dignidad del hombre: tanto espiritualmente como corporalmente. - Conducidos, los cristianos, por el Espíritu de Dios, viven una vida que es una verdadera realudad humana. Es una vida que difunde “amor, alegria, paz, bondad”, que muestra amistad y dá, a cada uno, el dominio sobre sí mismo. Pero, estas cualidades ‘gratificantes’ no son sólo disposiciones del carácter personal o prestaciones éticas, sino que tienen una fuente más poderosa: la misma gracia de Dios.
- Estos hombres y esas mujeres que han ‘crucificado’, imitando a Cristo, sus pasiones, deseos y egoísmos, son testimonios martiriales de la acción del Espíritu Santo de Dios. El Espíritu es como una fuente escondida en ellos mismos, de la cual brotan todas aquellas cualidades sobrenaturales que inciden en su ‘naturaleza’ humana y la transforman.
IV. “Cada uno oía hablar en su propia lengua”.
- El “don de lenguas” o, mejor, la comprensión del mensaje del Santo Espíritu en toda lengua y en toda cultura.
El cristianismo es un verdadero humanismo ya que con la gracia vivificante del Santo Espíritu transforma, con la fuerza del poder sobrenatural de Dios, la realidad humana: personal y social. La verdad de Cristo en el Espíritu, se derramada sobre la humanidad y no tiene necesidad de ningún proceso de inculturación. Ella misma fue, es y será fuente de la ‘cultura’ humana. - Todo ese proceso no es facil. Cristo clavado en la Cruz es la clave del testimonio martirial que no siempre se acepta y comprende. Desde los profetas, movidos por él Espíritu de Dios, ocho siglos antes de Cristo, hasta hoy, es necesaria la fidelidad y la coherencia con él Espiritu Saanto para ser fieles al “Espíritu de la verdad: τὸ πνεῦμα τῆς ἀληθείας”.