MISA DOMINICAL. Domingo III de Adviento, Año C

Sof 3,14-18; Fil 4, 4-7; Lc 3, 10-18
Reflexiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la preparación de la celebración o para la plegarua personal.

1. “¿Qué hemos de hacer?”.

  1. La perícopa evangélica presenta, a los que desean empezar una nueva existencia, la proclamación del  Bautista. Antes ya había mostrado como raza de víboras a los que creen que van a justificarse solos y que habían venido por simple curiosidad.
  2. En sus respuestas aparece el mandamineto del amor al próximo como llave para la conversión, el cambio y la penitencia. Va para los que buscaban el perdón, pero también para los alejados: los publicanos y los soldados, nefandos para los judíos.
  3. El mandamiento radical del amor, que propondrá Jesús estaba ya inviscerado en la Antigua Alianza. Era claro, que para toda conciencia que no estuviera corrompida. Se trata de un amor que divide distributibamente: allí donde mi prójimo no tiene vestido o alimento suficiente , yo debo dar gratuitamente de lo mío.
  4. Pero, debo por la recta justicia en mi propio ‘oficio’: va para los cobradores de impuestos y para los enzarzados en otros negocios. Hay que mantener los límites cuando se tiene el poder: ni rapiñas, ni extorsiones, ni altercados por un mejor sueldo. Para los soldados puede ser ello muy difícil,. Lo que Juan exige no es novedad. Puede justificarse a partir de los profetas.
  5. Él, Juan el Bautista, no tiene necesidad de hacerse pasarse por el Mesías que ha de venir. El Mesías, ante el cual él claramente se humilla, trae un medio de purificación incomparable: el Espíritu Santo que pondrá en evidencia nuestros pecados, pero que también los quemará con su fuego abrasador.
  6. Él nos pondrá cara a la pared. Ante la decisión definitiva:  grano o paja , sí o no. Con esas exigencias de “el más grande de los nacidos de mujer” (Lc 7, 28), se llega al límite de la preparación. Es el nuevo inicio ya plenamente visible. Quizás es su profunda humildad la que le hace transgredir los límites de la “justicia” según la carne. ël es el”amigo del esposo” (Jn 3, 2a), de su bautismo participará el mismo esposo. Este hecho lo llenará de un nuevo contenido.

2. “No temas, Sión”. 

7. La primera lectura, en la cual Israel viene invitado al júbilo, habla ciertamente para el presente, pero, al mismo tiempo,11 hace mirar hacia el futuro: “En aquel día se dirá a Jerusalén”.  Lo cual quiere decir que el hombre de hoy puede ya alegrase por las cosas futuras.
8. Todo esto no a medias, oscilando entre la alegría y la angustia, sino en una alegría que se basa en la gloría propia de Dios: “El Señor se alegrará por ti, con gritos de alegría, como en los días de fiesta”. El de Adviento no es para el creyente un oscilar entre el miedo y la esperanza, porqué la venida anunciada del Señor es certeza.

9. La fiesta irrumpirá con decisión. A nosotros únicamente se nos pide que “no nos crucemos de brazos”, en la incredulidad o en la desconfianza sobre si Dios todavía mantendrá su promesa. Esto vale tanto para la primera como para la segunda venida

3. “El Señor está ya próximo”.

10. En la segunda lectura, neotestamentaria, se refuerza esta gozosa esperanza y se llega hasta la prohibición de angustiarnos por nada. No sólo se recomienda la ausencia de preocupación, sino la “alegría en el Señor” ya que ella sola nos lleva a la “paz”, que “sobrepasa cualquier comprenhensión”, que prohibe incluso cualquier pensamiento sobre que quizás nuestra esperanza es vana.
11. La gozosa previsión de la proximidad del Señor, exige también la confirmación, por su parte, en el amor fraterno de la comunidad, que como su “bondad” debe hacerse notar también por los no cristianos.
12. La alegría que va al encuentro del Señor, debe de ser apostólica. Este confiado abandono en el Dios de las preocupaciones mundanas (tal como lo exige el Sermón de la Montaña) es de calidad cristiana, solamente si está unido a la plegaria que invoca el pan cotidiano y da gracias por el pan recibido.

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