PÍO XI: LA FE GENUINA EN DIOS, [Mit brennender Sorge, 14 de marxo de 1937].
“8º- Ante todo, Venerables Hermanos, procurad que la fe en Dios, primero e insubstituíble fundamento de toda religión, se mantenga pura e íntegra en el territorio alemán. No puede ser considerado como creyente el que emplea el nombre de Dios sólo retóricamente, sino el que da a esta venerable palabra el contenido de una verdadera y digna noción de Dios.
9º- Quien identifica con indeterminación panteística a Dios con el universo, materializando a Dios en el mundo o deificando el mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos creyentes.
10º- Ni tampoco es creyente quien, siguiendo una así llamada doctrina precristiana del antiguo germanismo, pone en lugar del Dios personal el hado ciego e impersonal, negando la sabiduría divina y su providencia que con fuerza y suavidad domina el mundo del uno hasta el otro confín (Sap. VII. 1). El que así piensa no puede pretender que sea considerado como un verdadero creyente.
11º- Si es verdad que la raza o el pueblo, el Estado o una de sus formas determinadas, y los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto; con todo, quienes sacándolos de la escala de los valores terrenales, los elevan a la categoría de suprema norma de todo, aun de los valores religiosos, y divinizándolos con culto idolátrico, pervierten y falsifican el orden creado e impuesto por Dios, están lejos de la verdadera fe en Dios y de una concepción de la vida conforme con ella.
Prestad, Venerables Hermanos, atención al creciente abuso que se manifiesta de palabra y por escrito, en el empleo del tres veces santo nombre de Dios como etiqueta carente de significado para un producto más o menos arbitrario de investigación o aspiración humanas, y procurad que esa aberración halle en vuestros fieles la inmediata repulsa que merece. Nuestro Dios es el Dios personal, transcendente, omnipotente, infinitamente perfecto, uno en la trinidad de las personas y trino en la unidad de la esencia divina, creador del universo, señor, rey y último fin de la historia del mundo, el cual no admite ni puede admitir a otra divinidad junto a sí.
12º- Este Dios ha dado sus mandamientos de un modo soberano, mandamientos independientes del tiempo y del espacio, de regiones y de razas. Como el sol de Dios brilla indistintamente sobre todo el linaje humano, así también su ley no reconoce privilegios ni excepciones. Gobernantes y gobernados, coronados y no coronados, grandes y pequeños, ricos y pobres dependen igualmente de su palabra. De la totalidad de sus derechos de Creador mana esencialmente su exigencia de una obediencia absoluta de parte de los individuos y de toda sociedad. Esta exigencia de obediencia se extiende a todas las esferas de la vida, en las que las cuestiones morales requieren el acuerdo con la ley divina y con esto la armonización de las mudables organizaciones humanas con el conjunto del inmutable orden divino.
13º- Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un dios nacional y de una religión nacional, e intentar la loca empresa de aprisionar en los límites de un solo pueblo y en la estrechez de una sola raza a Dios, Creador del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son pequeñas como gotas de agua en un arcaduz (Is. XI) 15).
14º- Los Obispos de la Iglesia de Jesucristo, puestos para las cosas que se refieren a Dios (Heb. V, I). deben vigilar para que esos perniciosos errores a los que acompañan prácticas aun más perniciosas no inficionen a los fieles. Es obligación de su sagrado ministerio hacer todo lo posible para que los mandamientos de Dios sean considerados y practicados como obligaciones inconcusas de una vida moral y ordenada, tanto pública como privada, para que los derechos de la majestad divina y el nombre y la palabra de Dios no sean profanados (Tit. II, 5), para que las blasfemias contra Dios de palabra y por escrito y en ilustraciones, numerosas a veces como las arenas del mar, sean reducidas al silencio y para que frente al espíritu altanero e insidioso de los que niegan, ultrajan y odian a Dios, nunca desfallezca la oración expiatoria de los fieles, que a todas horas sube como incienso al Altísimo, reteniendo su mano vengadora.
Nos agradecemos, Venerables Hermanos, a Vosotros y a vuestros sacerdotes y a todos los fieles que en defensa de los derechos de la divina Majestad frente a un neopaganismo provocador, desgraciadamente apoyado a menudo por personas de influencia, habéis cumplido y cumplís vuestros deberes de cristianos. Este muy cordial agradecimiento va unido a una muy merecida admiración hacia todos los que en el cumplimiento de este su deber se han hecho dignos de soportar dolores y sacrificios por la causa de Dios”.
Pío XI – Cum Cura ardenti [Mit brennender Sorge]. 14 de marxo de 1937.