SAN AGUSTÍN: ECLESIOLOGÍA 

1. San Agustín, lo dejó muy claro el P. Y. M. Congar en su temprana Historia de la Eclesioligía médiéval y moderna, es el gran genio de la eclesiología patrística occidental. Su influencia durante siglos ha sido profunda y universal, Fue él quien afirmó que la puerta para encontrar a Cristo era precisamente la Iglesia, y que ello significaba caminar con él adheridos a la jerarquía de la Iglesia.

2. Pero, aquí, aparecía la gran pregunta: Qué ideal de radicalización exigía la vida cristiana en la Iglesia? Agustín, tras largas vacilaciones y enfrentamientos interiores, con la ayuda de la gracia, suguió la propuesta paulina: la vida en comunión al servicio de Dios: la vida fraterna en un monasterio. De esta forma, san Agustín dará la particular importancia a la vida monástica de radicalidad martirial del cristianismo.

3. Agustín, en su  fundó un monasterio en su propio pueblo. Allí empezó a vivir según la manera y regla establecida en tiempos de los santos apóstoles. Él quería convertir aquel grupo en una verdadera comunidad cruzaba. En la Vida de San Agustín escrita por su antiguo compañero, San Posidio, se afirma que la característica fundamental del primer monasterio era “la renuncia a todo lo que poseían y la estricta comunidad de bienes, según el estilo de vida y el reglamento de los apóstoles” (.Vita. 5, 1.).

4. La ‘Regula’ es el reflejo de la doctrina y la vivencia de un guía espiritual para una comunidad que busca a Dios. Representa la genuina expresión escrita de vivir en comunión aquellos que aspiran a la perfección cristiana. Declara, ya el comienzo, que lo primero para lo que se han congregado los hermanos “es « para que habiten unánimes en la casa, y tengan una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios ».

5. La actividad episcopal de Agustín fue en verdad sumamente eclesiológica: en su diócesis, en la Iglesia de África y en la Iglesia universal. Comprendía el ministerio de la palabra, la « audientia episcopi », en la que atendía y juzgaba las causas, el cuidado de los pobres y huérfanos, la formación del clero, la organización de monasterios masculinos y femeninos, la visita a los enfermos, la intervención en favor de los fieles ante la autoridad civil, la administración de los bienes eclesiásticos, los numerosos y largos viajes para participar en los frecuentes concilios africanos o para atender las peticiones de sus colegas, el dictado de las cartas en respuesta a cuantos a él recurrían de las regiones y de las clases más diversas, la ilustración y defensa de la fe.

6. Agustín no nos ha dejado un tratado sistemático de eclesiología, pero, el estudio y la reflexión sobre la Iglesia fue uno de los temas más persistentes en su quehacer pastoral y teológico. Sobre este asunto Agustín es doctrinalmente abundante, complejo y de difícil de ser sistematizado. También acrecentó sus obras sobre el temaceclesiológivo su constante actividad en las controversias y en las refutaciones de posiciones que él consideraba que atentaban contra el dogma o contra la vida de la Iglesia.

7. Dos dimensiones de su eclesiología despiertan hoy particular interés: la cristológica y la pneumatológica.

8. La Cristológica aparece en su afirmación de que Jesucristo es quien asiste a su Iglesia, quien está en ella presente como su Cabeza. Cristo es el ‘caput’ de la Iglesia como único mediador y redentor de los hombres. Cristo y la Iglesia son una sola « Persona mística », el Cristo total: « Admirados, gozad; nos hemos convertido en Cristo. Pues si él es la Cabeza, nosotros seremos sus miembros; el hombre total somos él y nosotros » (In Io. ev. 21, 8).

9. Y junto a este perfil, aparece su eclesioligía pneumatológica. Ya que el ‘Alma’ del cuerpo místico es el Espíritu Santo, vida del Pueblo de Dios, principio de comunión, de amor, fuente inagotable de la prodigiosa expansión y universalidad de la Iglesia. La Santa Iglesia es la casa de Dios para san Agustín y, así, lo que el alma es para e cuerpo del hombre, eso mismo es el Espíritu Santo con respecto al cuerpo de Cristo, que es la Iglesia (« Serm. 267, 4).

10. En la eclesioligía de San Agustín es de enorme interés su noción fundamental de comunión, forjada de manera en su intervención en la controversia donatista. San Agustín para referirse a la comunión eclesial emplea très parámetros esenciales:                                       – la comunión de los sacramentos o realidad institucional fundada por Cristo sobre el cimiento de los apóstoles.                         – la comunión de los santos, o realidad espiritual, que une a los justos hasta el fin de los siglos.                                      – Juan la comunió de los bienaventurados, o realidad escatológica, que congrega a cuantos han conseguido la salvación.

11. En contraste con el cisma y los negadores del dogma eclesial, San Agustín reclama la apelación ‘personificada’ en él mismo de la unidad de la Iglesia. En su obra teológica aparece la llamada persistente a la ‘unitas’ en un solo cuerpo. La unidad en su doble vertiente, interna por un lado, y unión caritativa de los fieles, que reproduce el misterio mismo de la Iglesia, considerada como institución salvífica de la humanidad tendente a la plenitud en Cristo. 

12. Es , pues, na unidad garantizada por la presencia vitalizadora y unificadora del Espíritu Santo, alimentada por un mismo pan, expresada por una fe única y hecha testimonio por la práctica y vivencia de la caridad. Una Iglesia desvinculada del Espíritu deja de ser Iglesia. Si, por lo contrario, posee el Espíritu, es comunión con Dios y entre sus miembros. Es la unidad con Cristo y en el Espíritu Santo la que cuenta por encima de todo, para que haya Iglesia y se pueda hablar de Iglesia.

13. Podemos afirmar que en la eclesiologís agustiniana adquieren importancia las reiteradas apelaciones a los términos “comunión” y “unidad”. Agustín fue, ante todo, el teólogo de la unidad: su ansia de comunión en la comunidad y en la Iglesia, es decir, recomposición de su mismo ser desarticulado e inquieto en la comunión con Dios. Por esta comunión Agustín reza, medita y sueña. Y su comunidad debe ser el boceto y el modelo de esta comunión personal, social y eclesial. Hacia esta comunión hay que correr como el ciervo lo hace hacia la fuente (Enar. in ps. 41, 2).

14. Agustín sabe que en Dios está el verdadero descanso, y hacia él es necesario caminar juntos, unidos en el camino, participando a los demás de los anhelos y de las fatigas, en comunión de deseos, arrastrando con nuestro mismo Amor a los que amamos (Conf. 13, 9, 10). Bon Caminando en la tienda de la Iglesia, que se distingue por la paz de la concordia y por la caridad común (Enar. in ps. 103, 2, 11). 

15. En La comunidad camina buscando juntos, en la tienda de la interioridad y de su ser Iglesia, a Dios, porque la comunidad es el templo de donde habita Dios, su casa, su verdadera habitación, su santuario. Pero Agustín está convencido de que lo mejor es dejar que Dios sea su dueño, porque es Dios mismo el que nos hace ricos con su riqueza, pues sin él no somos nada, y es que la única manera de crecer es poseyendo a Dios q. Pero es la caridad la que nos hace uno y el lugar donde Dios habita, santificándonos, porque uno solo es el corazón de todos los unidos por la caridad:

16. Las piedras empleadas para la nueva casa que se edifica después de la cautividad de tal modo se unen y en tal forma las reduce a unidad la caridad, que ya no hay piedra sobre piedra, sino que todas ellas son una sola piedra. « No os admiréis; esto lo hizo el cántico nuevo; es decir, esta invocación se debió a la caridad […]. En donde hay unidad de Espíritu existe una sola piedra, pero una piedra formada de muchas piedras. ¿Cómo se hizo una de muchas? Sufriéndose mutuamente con caridad » (Enar. in  95, 2; cf. 131, 4).

17. Bon También san Agustín está convencido de que poner en común los bienes espirituales y materiales edifica la comunión. Esto se lo pide, en primer lugar, a sus monjes (reg. 1, 4-8; 5, 2). Agustín quiso organizar su comunidad apoyándose en el ejemplo de la comunidad de Jerusalén: “Todos los creyentes estaban de acuerdo y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno” (Hch 2,42; cf. 4,32). Si bien, en la tradición monástica, como ideal se ponía el acento en las prácticas personales de ascética, Agustín lo desplaza hacia el valor propio de la vida en comunidad; en concreto, el amor mutuo, tener una sola alma y un solo corazón, en comunión de bienes materiales y espirituales. El amor y la comunión forman para él una unidad necesaria de tal modo que el verdadero amor al prójimo significa esforzarse para que encuentre la felicidad allí donde también nosotros la encontramos, concretamente en Dios.

Mons. Jaume González-Agàpito

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