- Ser el “pastor propio” de una comunidad de fieles.
- Orar, con y por ellos, cuotidianamente en la celebración del Oficio Divino.
- Celebrar la Eucaristía, los bautismos, las confirmaciones, las primeras comuniones, las absoluciones, los matrimonios y las unciones de los enfermos.
- Celebrar un cúmulo de sacramentales.
- Atender y dar de comer a los mäs pobres.
- Escuchar, acoger y amar a otros necesitados.
- Vivir la sinodalidad, que es encuentro, con los católicos y, de otra manera, con los cristianos de otras confesiones.
- Saber perdonar a escribas y fariseos.
- Amar a todos y cobrar muy poco: no somos ni ‘mileuristas’.
Mons. Jaume González-Agàpito
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