HOMILÍA EN LA MISA DE NAVIDAD: 25 de diciembre de 2021

            1. La superficialidad con que nos ha gratificado esta cultura de lo efímero, de lo suntuoso y de la comodidad, es decir del egoísmo más feroz, no nos ha curado del mal endémico que aqueja al animal racional, por más que tenga orígenes biológicos animales: la sed de inmortalidad. Hoy la contingencia es una experiencia cotidiana, pero todos queremos permanecer y no morir. La falacia pueril de nuestro anhelo ha imaginado que sería posible el mito de Fausto: la eterna juventud. Hoy todos nos disfrazamos de jóvenes. Abuelitos que no aceptaron, en los años sesenta a los hippies, hoy van vestidos de ventiañeros. Incluso los muchachos de esta edad sienten no poco embarazo cuando sus hermanos, con cinco años menos y armados del juego digital de moda, los consideran como unos completos carrozas.

            En este carnaval de la frivolidad que es la transposición en la calle, e incluso en las familias, de la más baja y soez cultura discotequera, Dios aparece como un viejo simpático, con un triángulo en la cabeza y haciendo de las suyas. La blasfemia es la continuación de haber convertido a San Nicolás en Santa Klaus (Sanctus Nicolaus) en Papá Noel: Dios es el “Papá Noel” mítico que ejerce todo el año. Un mito algo maltrecho y caduco, algo que da risa de puro esperpento.

            2. Pero la sabiduría de Dios (Sofi,a tou/ Qeou/). Juega una mala pasada a esta basura cultural. Ella misma el Loghos de Dios, la Razón y la Palabra primordiales, toma carne. Ella que está fuera del tiempo y del espacio, estas pesadas y constringentes categorías que atenazan al hombre y que tan bien Kant describió, entra en la “com-plicación” de nuestra existencia. Se revela en: gracia y revelación de una juventud primordial. De lo que no nace y no muere. Dios se inviscera en su misma obra. 

            Esta desconcertante iniciativa es escándalo de los filósofos que han convertido, en occidente, a Dios en una idea, y de los panteístas de oriente que no pueden aceptar que el Uno, que reabsorbe todo se abaje a concretizarse e individuarse en una despreciable entidad individual de la pluralidad. Pero, esto es precisamente el escándalo del Dios cristiano y trinitario. Lo Increado se hace caduco para posibilitar que nuestra caducidad se haga vida eterna. Navidad no es un acontecimiento intrahistórico, es la irrupción de la eternidad en el tiempo.

            3. Los límites mismos del mundo verán la salvación de Dios. En la lectura veterotestamentaria de hoy se dice que hay un mensajero que trae un gozoso anuncio. Es un mensaje de liberación. No sólo para el Israel de hace 2.600 años, o para los hombres religiosos de todos los tiempos, sino para el hombre de hoy: para mí y para ti. Hay esperanza de salir del círculo fatal de nuestra contingencia y perecibilidad. No es un mensaje esotérico sino un mensaje universal y bien patente. En su manifestación Cristo nada esconde. A Pilatos dirá: “Yo he hablado abiertamente al mundo (…) nada secreto he enseñado nunca”(Jn 18, 20[1]). Hoy es la fiesta de la manifestación de la Palabra secreta de Dios que se ha hecho pública y manifiesta.

            “A Dios nadie lo ha visto jamás”[2]. Es el Unigénito, engendrado eternamente en el seno del Padre, quien nos lo ha revelado. Es este Verbo, generado eternamente, Dios de Dios, Luz de Luz, quien nos revela el misterio insoportable de Dios mismo. La Carta a los cristianos hebreos, habla de la divinidad el Verbo encarnado acentuando su carácter de terminalidad: muchas palabras se dijeron antes en nombre de Dios, ahora, que son los tiempos últimos, todo lo ha recapitulado Dios en una única Palabra: el Verbo de Dios manifestado a todos los hombres. Pero este origen y término de todas las cosas acontece en el misterioso “hoy” de Dios. En él no hay pasado ni futuro. El hoy eterno se hace presente en nuestra realidad temporal pero en forma de revelación en “gracia” y en “verdad”.

Mons. Jaume González-Agàpito


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