LA MISA DOMINICAL: Año C, domingo 2; 18 de enero de 2025

Is 62,1-5; 1Cor 12, 4-11; Jn 2,1-12
Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria i para la preparación individual

I. Epifanía nupcial
1. En el rito romano la tridemensionalidad de la Epifanía resiste a todos los cambios y a todas las reformas. Hoy queda enriquecida con un teologumenon muy característico del profetismo bíblico: el carácter nupcial de las relaciones con Dios.

2 . “En Cana él reveló su gloria”.
Es en el contexto esponsal de un banquete nupcial cuando el Verbo encarnado de Dios revela su gloria. Aquí no debemos descarriarnos por el aspecto anecdótico del relato. No hay nada de anecdótico: es revelación de un misterio. El misterio de la gloria de Dios sobre (epí) su Cristo (Ungido).
Personas sencillas invitan a Jesús, a su madre y a sus discípulos a sus bodas. Es un raro ejemplo de la veracidad de la narración. La misión del Rabí de Nazaret implica todavía a la familia y a los discípulos sin solución de continuidad. Pero el vino no basta para todos.

II. La ‘Hora’ de Jesús

    3. La Iglesia, cuyo typos es María, está atenta e intercede. No ha visto todavía ningún milagro externo de Jesús. Pero, la Iglesia/María sabe, cree, que hay en él un poder divino. Jesús, en la conciencia que su ‘milagro/signo’ tendrá su exaltación en la cruz, no quiere adelantar la hora. No quiere ser empujado a un papel de simple taumaturgo-benefactor. Sabe que estos signos portentosos son pasto grato del pueblo y que, una vez realizado uno de ellos, será después insaciable.

    4. La Iglesia/María no queda desconcertada. En una humilde, pero confiada obediencia, pide a los criados que obedezcan al Señor. “Haced lo que él os dirá”, es la gran consigna para los cristianos. La metamorfosis de un líquido abundante y purificador en el vino del convite es también la indicación del único camino.

    5. No sabemos la resonancia que tuvo el portento, pero sí que, en aquel signo (semeion) sus discípulos creyeron en él. Si la fe puede desplazar montañas, la de la Iglesia puede aliviar el corazón irriquieto y anhelante del hombre. El carácter ‘aguado’ y algo vacilante de su existencia puede ser ‘vino’ de bodas en la intimidad con el Dios de la paz. No con técnicas psicológicas o con rituales farisaicos de observancia y purificación, sino por el poder del Dios vivo.

    III. El poder nupcial del Reino de Dios

    6. “Como el novio se alegra por la novia”.
    En Isaías vemos la alegría de Dios por el pueblo convertido y purificado. Es como una relación esponsal. Relación de novios. La nupcialidad presente, como contexto, en el primer milagro de Jesús, es la clave para la vida del hombre que busca a su Dios, “como la joven novia virgen”.
    7. En este amor esponsal que supera la carnalidad, la eroticidad, el egoísmo del propio placer en una donación total, en referencia a nuestra relación con Dios. Hoy el Esposo, ungido (Christós) para la boda, quiere consumar esta donación absoluta del esponsalicio divino con la humanidad. Hoy, en la Eucaristía, participamos en el convite esponsal de la eternidad. Hoy, el novio espera a su novia: la humanidad. Hoy quiere (como dice San. Basilio el Grande) que en mí, en mi persona, se realice aquella unión salvífica que se realizó en el madero nupcial de la cruz.

    IV. “A cada uno el regalo de la gracia para que sirva a otros.”
    8. La segunda lectura apunta a otro extremo. El signo de Caná fue pura gratuidad. No fue un signo filantrópico de ayuda a los desgraciados, sino una liberalidad para la alegría y la felicidad de los demás. Mi unión eclesial con Cristo está llena de regalos (charismata). Pero son regalos para los otros.
    9. La abundancia de regalos (‘dones’) con la que Dios me ha colmado, es para que haga feliz a los demás. Con aquella gratuidad del milagro de Caná. Con la gratuidad esponsal del amor de Dios hacia el hombre. Con la gratuidad de aquel loghion paulino de que “vale más dar que recibir”.

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