¿CURAS CASADOS?

El matrimonio de los curas fue una de esas extrañas y nunca conseguidas reindicaciones al II Concilio Ecuménico del Vaticano que terminó el 8 de diciembre de 1965.

La cuestión fue planteada, in aula, por los grupos que la propoían more luterano: que los curas se pudieran casar. La visión latina que, de hecho, concibe que la ordenación presbiteral se dá sólo a personas ya ‘consagradas’, es decir y hablando a la manera oriental, sólo a monjes, se impuso.

Otra cuestión es si se puede ordenar a personas casadas con la cónyuge viva. En la Iglesia Oriental, también la católica, es una práctica común y muy frecuente. El Concilio Vaticano II recogió el antecedente canónico oriental al restablecer eso que llaman, tan mal, como “Diáconos permanentes”. En esos 54 años se han ordenado miles de diáconos casados.

El magnífico Papa Francisco, ahora, ha pedido que se estudie la posibilidad de ordenar presbíteros a varones casados, de edad bastante madura, de vida cristiana probada, con la suficiente formación y en regiones ‘lejanas’ y faltas de presbíteros.

Esta moderada y contenida iniciativa va a encontrar sus enemigos:
• Los que creen que todo lo que la forma latina reclama a los candidatos al presbiteriano es de “institución divina”.
• Los que van a confundir que lo que se quiere hacer con la ordenación presbiteral de casados no viudos es que ahora se dejará que se casen los curas que quieran hacerlo.
• Los que piensan que esa iniciativa va contra la tradición, una e intocable, de la Santa Iglesia Romana que nunca, creen, ha ordenado a varones casados.

El Papa Francisco, sin embargo, que como definió el I Concilio Vaticano tiene y ejerce la verdadera plenitud episcopal, sabrá sortear esas pequeñas y quisquillosas olas y optar por lo que la Iglesia católica latina necesita.

Jaume González-Agàpito

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