LA INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA 6. BIBLIA E HISTORIA
31. La limitación por el objeto y la forma se tendrá también presente cuando se trate de relación de la Biblia y la historia. Así uno es el punto de vista de la historia científica, que busca por sí misma evaluar los detalles incluso de los hechos más insignificantes, y otro el de la historia religiosa o de la apologética, que intentan deducir las grandes lecciones espirituales o teológicas de los acontecimientos y que desarrollan su tarea únicamente con ese fin. Pero no se sigue de ahí que el hagiógrafo sacrifique los hechos en favor de su tesis. Al contrario, sabe bien que “Yahweh aborrece los labios mentirosos”[1], y por ello no recurre a fraudes ‘piadosos’. Su narración no será completa – en el sentido de que, de entre todo el material que tiene a mano, sólo escoge el que considera apto para su intento y omite lo restante.
Ciertamente sería un anacronismo pretender que la historia bíblica revista los caracteres científicos de la historiografía actual, pero el historiador israelita no carecía del sentido crítico natural suficiente para distinguir lo verdadero de lo falso en el empleo de las fuentes. Por lo demás, casi todos admiten que tales fuentes eran transmitidas con gran fidelidad con una extraordinaria tenacidad de la memoria.
32. No puede afirmarse para la historia todo cuanto se he dicho respecto a las ciencias físicas. La historia exige que el hecho narrado haya sucedido efectivamente. Pero hay que tener presente las otras dos limitaciones apuntadas. El autor sagrado no siempre afirma en forma categórica, pero Dios, por su parte, hace suya y aprueba la afirmación del hagiógrafo, tal como es, con sus diferentes matices. Pero, no permite que el hagiógrafo presente como cierto lo que es dudoso o viceversa, pues en este caso se daría el error. Pero lo autoriza, o más bien lo induce, a que imite su indagación personal al grado de certeza requerido por la importancia del asunto en la sociedad o en el cuadro general del libro. Por tanto, el autor sagrado puede citar, tomar una narración, dejando enteramente la responsabilidad a la fuente, sin afirmar o desaprobar y sin advertir expresamente que se trata de una cita conforme al modo de escribir de los antiguos semitas. Finalmente, el autor puede recurrir a una ficción para proponer un acontecimiento histórico henchido de doctrina religiosa o moral, o una verdad religiosa y moral. En tal caso, la dificultad histórica no surge del desconocimiento o de la intención del hagiógrafo y porque quiera considerar como históricos detalles no elegidos ni propuestos como tales, sino como simples figuras literarias.
33. Aquí aparece la necesidad de fijar el género literario peculiar de cada libro, para poder establecer el sentido literal según las reglas propias de cada uno de los géneros.
Por lo que atañe a la parte teórica del estudio de la Biblia, se resolvió problema relativo a estos puntos, objeto de la tan célebre “Cuestión bíblica” que se debatió a principios de siglo XX. La encíclica Divino Afflante Spiritu, al admitir los géneros literarios y promover el estudio de los mismos, resolvió la disputa en favor de la opinión más amplia, representada por M. – J. Lagrange. Y Pío XII, al comprobar los grandiosos progresos realizados, con la encíclica que acabo de citar, Divino Afflante Spiritu de 1943, atribuyó su principal mérito a la Providentissimus de León XIII. Efectivamente, se debe a esa encíclica de León XIII el haber asentado, con claridad, la exacta doctrina católica sobre la inspiración de la Biblia que permite al exegeta proceder sin trabas y con firmeza en su cometido.
Jaume González-Agàpito
[1] Prov 12, 22.