LA MISA DOMINICAL

Parroquia de Pedralbes
Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación individual
Año A, Domingo tercero de Pascua,
23 de abril de 2023
Hech 2, 14. 22-33; Sal 15; 1Pe 1, 17-21; Lc 24, 13-35.

Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto”.

  1. Hoy, en nuestra Iglesia de Cataluña, hay muchos discípulos de Emaús. Hundidos en su desencanto. Deprimidos por el aparente fracaso. Deshechos ante la perspectiva de que no podrán medrar en el Israel definitivo concebido a su manera. Medrar, lo concedo, “con las mejores intenciones espirituales…”.
    Desencanto ante los envites de una civilización que ellos, viejos endémicos, pretendían evangelizar desde las catacumbas del “cristianismo implícito”: “Seremos buenos ciudadanos, libres, igualitarios y fraternos”, como mandaba la Revolución Francesa.
  2. El pueblo cristiano se ha posesionado de la Iglesia. Especialmente el pueblo joven. Ese pueblo que todavía no ha perdido la capacidad de ser fiel a un ideal. En Roma, ni el Colegio Cardenalicio, ni la Curia, ni los “nuevos movimientos”, han sido los protagonistas. Han quedado desbordados y arrollados por la fe del pueblo sencillo.
  3. Los “doctores de la Ley” han visto estupefactos como, después de la muerte del “Papa mediático”, del “Papa que había personalizado excesivamente el ministerio petrino”, del “Papa conservador”, “la Iglesia, que, en Roma, preside en el amor” como dijo el año 107 Ignacio de Antioquia, era centro de comunión y de gracia.
  4. Todos los que habían puesto su fe, esperanza y amor únicamente en Karol Wijtyła, o en Joseph Ratzinger, se iban desorientados hacia Emaús, desesperando ya “que alguien fuera el futuro liberador de Israel”. Creían que era urgente apañar el cónclave para encontrar otro.
  5. Todos los que, especialmente los jóvenes, habían amado la santidad y la entrega, incluso en el sufrimiento, del sucesor de Pedro, oían y sentían muy próximo a la Iglesia el Obispo de Roma fallecido para este mundo. Incluso estaban seguros que, como dijo Ratzinger “estaba en la ventana de la Casa del Padre, bendiciendo” a la Iglesia e intercediendo por ella. Pero, sus ojos se abrieron y reconocieron que era realmente el mismo Cristo quien partía el pan. “Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros”.
  6. Fue un viernes, en la plaza de San Pedro, en el momento en que el ataúd del Papa nos dejaba, dije a un prelado compañero: “En este momento se ha terminado el segundo milenio de la Iglesia”. Como profetizó el cardenal de Varsovia, Juan Pablo II tuvo la misión de introducir la Iglesia en el tercer milenio.
  7. Pero, el futuro de la Iglesia se abre, no hacia atrás sino hacia delante: “Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que “no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción”, hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos”. Eso ha dicho el Papa. “Él, el Señor, está vivo y glorioso”.“Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”.
  8. Esa es la plegaria de “los profetas de calamidades” que empiezan a interesarse por lo que dice Cristo. Esa es la plegaria de los que temen por la Iglesia porque la sienten sin pastor. Esa es la plegaria de los necios y torpes para creer lo que anunciaron los profetas, que no han descubierto todavía que era necesario que “el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria”. Sólo Cristo nos rescata de “ese proceder inútil recibido de nuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo”.
  9. En 2020, meditando la Escritura y oyendo la Palabra, con el Papa solo en la Plaza de San Pedro, empezamos a comprender. Arde nuestro corazón mientras Jesús nos habla por el camino difícil y nos explica las Escrituras. Somos capaces de levantarnos y deshacer el camino del desaliento: “Es verdad, ha resucitado el Señor y ya se ha aparecido a Simón Pedro”.

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