LA MISA DOMINICAL Año C, Domingo cuarto de Cuaresma, 30 de marzo de 2025
Js 5, 9.10-12; 2 Cor 5,17-21; Lc 15,1-3. 11-32
Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación individual
1. “El padre se tiró a su cuello y lo besó.” 1. La parábola del hijo pródigo es quizás la más conmovedora entre todas las parábolas de Jesús que relatan los Evangelios. Cuando relata la manera de ser y el destino de cada uno de los dos hijos es únicamente para revelar el corazón del Padre. Jesús nunca había representado al Padre celestial con tanta viveza y evidencia como aquí.
2. Es conmovedor el inicio: el padre atiende la petición del hijo y le entrega la parte de la herencia que le corresponde. Para nosotros la parte de herencia es nuestra existencia, nuestra líbertad, nuestra razón y nuestra autoresponsabilidad: los bienes nobilísimos con los que Dios nos ha regalado. Bienes que nosotros hemos estropeado y hemos acabado, también, en la miseria. La miseria nos lleva a la reflexión, la reflexión a la enmienda: quizás eran mejores los bienes del ‘padre’. El cual escudriña a menudo el horizonte anhelando nuestra vuelta. Su misericordia, su saludo aparentemente desproporcionado, los vestidos nuevos para el hijo perdido y la fiesta organizada en su honor. Es un padre todo bondad.
2. El otro hermano
3. Tampoco para el hermano endurecido y celoso el padre tiene una palabra dura: quien persevera con de Dios, tiene todo en común con Dios. La glorificación del Padre, en Jesús, tiene este de detalle que él mismo no comparece en su descripción de la reconciliación de Dios con el hombre pecador. Él es aquí precisamente la ‘Palabra’ que pronuncia la reconciliación, antes ya de ser reconciliados para siempre. Él es el Lógos, la Palabra, a través de la cual Dios actúa esa eterna reconciliación de él mismo con el mundo.
3. El “Hijo Redentor”
4. “El que no conoció pecado se ha hecho pecado por nosotros.” Jesús es la Palabra del Padre, el Padre lo ha glorificado, hasta en la cruz. Esa ‘Palabra’ no quiere revelar sino el amor del Padre, que “tanto ha amado al mundo que ha dado por él a su Hijo unigénito”. Es así como Jesús en todas sus palabras y en particular en la gran gesta de su pasión ha revelado su propio amor junto con el amor del Padre.
5. La Iglesia creyente descubre esta gran revelación del amor de Dios. Ya ‘escondido’ en la creación, revelado en los profetas, proclamado en las Bienaventuranzas y que se expresó en su propia donación a favor de los hombres.
6. Pero, de forma más clara y rotunda, lo ha formulado Pablo con las palabras de la segunda lectura: “Él, que no conoció pecado, Dios lo trató como ‘pecado’ para que pudiéramos volver, a través de él, a Dios”. El Padre no nos ha reconciliado con él descartando a Cristo, sino todo lo contrario: “por Cristo”, “en Cristo” y “con Cristo”. La Iglesia, obra de Cristo ha recibido de Dios el encargo de anunciar la ‘palabra’ de la reconciliación. Ella, pñor boca de San Pablo, nos exhorta a que seamos “una nueva creación” y que nos comportemos en coherencia con ello.
7. La primera lectura dice que los Judíos desde el desierto llegaron en la tierra prometida y allí pudieron, después de un largo tiempo, celebrar de nuevo la cena de Pascua, con los frutos del país. Desde entonces cesó el alimento celeste, el maná. Dios ha repuesto el pueblo en su realidad cotidiana. En ello, los cristianos aprenden, con los bienes terrestres a ‘entrenarse’ para los bienes sobrenaturales. Siempre hay que reconocer la providencia de Dios, Padre bueno. Los israelitas tuvieron que aceptar que la tierra prometida no les pertenecía, les había sido cedida por Dios, que era realmente el propietario.