LA MISA DOMINICAL: Año C, Domingo segundo de Cuaresma, 16 de marzo de 2025

Gen 15, 5-12. 17-18; Fil 3,17 – 4,1; Lc 9, 28-36.
Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria y para la preparación individual.

  1. “Hablaban de su éxodo, que iba a llevar a cabo en Jerusalén” (“ οἳ ὀφθέντες ἐν δόξῃ ἔλεγον τὴν ἔξοδον αὐτοῦ ἣν ἤμελλεν πληροῦν ἐν ἰερουσαλήμ.”, Lc 9,31)”.
    1. De los relatos de la Transfiguración de Cristo, la perícopa del Evangelio según Lucas es el único que refiere el contenido del diálogo mantenido entre Jesús, Moisés y Elías. Hablan del ‘éxodo’ de Jesús y, en esta clave y en este tiempo cuaresmal, la palabra es pletóricamente significativa. El ‘éxodo’ de Jesús es, como el de Abraham, que hemos escuchado en la primera lectura, y el de Israel, la gran hazaña, la gran prueba, la gran manifestación del poder de Dios en favor de su siervo. El éxodo de Jesús, paradójicamente llega a su plenitud en la Ciudad Santa, en Jerusalén. En ella, y mediante la muerte de Cristo, llega a su plenitud la existencia del nuevo Israel. Es el acontecimiento más trascendental: la redención del mundo, el de su “justificación”. El de convertir al mundo en “justo”. En Gn 15, 6, se dice que Abraham, después de la promesa “creyó en Yahweh y “le fue contado como justicia” .
    2. Después de la fe, viene el pacto, la Alianza. Toda la escena de la Transfiguración queda iluminada con esa potente luz: Jesús se muestra transfigurado a los discípulos, porque ya les ha predicho su muerte (Lc 9, 21-27) ocho días antes (Lc 9, 28). En el nuevo Sinaí, el Tabor, la voz del Padre del cielo no se explicita en su Ley, sino que señala a su Hijo. Por él viene al mundo “la gracia y la verdad” ( “ὅτι ὁ νόμος διὰ μωϊσέως ἐδόθη, ἡ χάρις καὶ ἡ ἀλήθεια διὰ ἰησοῦ χριστοῦ ἐγένετο” Jn 1, 17) Él es el elegido, el siervo de Yahweh que, con su pasión y con su cruz, realizará la acción redentora, el “Nuevo Pacto o Testamento”.
    3. Cuando, a la postre, después de la visión gloriosa, los discípulos vuelven a ver sólo a Jesús, en su condición mortal y contingente, son conscientes de la plenitud del misterio que se esconde bajo su simple figura. Todo ello, su relación con el Antiguo Testamento, su constante abocamiento hacia el Padre ( Jn 1,1, ) y su acción guiada por el Espíritu Santo ( Mc 1,12), que, bajo la forma de una nube, a cubierto a los discípulos y a la Iglesia futura, se encuentra encerrado y compendiado en la figura física y visible de Cristo Jesús.
    4. Su Transfiguración no es una anticipación de la resurrección, en ella su cuerpo será transformado en orden a su inserción en el misterio de Dios, sino, todo lo contrario, la presencia del Dios trinitario y la entera historia de la salvación está presente en su cuerpo predestinado a la cruz. En este cuerpo mortal y deífico, el Pacto entre Dios y la humanidad ha quedado sellado definitivamente en el Nuevo y Eterno Teatamento.
  2. “Les asaltó un miedo enorme y obscuro”.
    1. La primera lectura se retrotrae a la primera conclusión del Pacto, tal como se realizó en una atávica ceremonia entre Dios y el patriarca Abraham. Las palabras de la promesa de Dios habían sido un anticipo, de la misma manera como, en el Evangelio, lo era la predicción de la muerte en cruz del Mesías. El sello sobre esta promesa de Dios se pone en el curso de una celebración arcaica, que queda testificada también por otros pueblos y por otras culturas. Pero aquí hay algo importante: el sueño profundo y la angustia, señales del carácter numinoso del acontecimiento. Acontecimiento que, como el de la Transfiguración del Señor, apunta inconfundiblemente hacia el cumplimiento de la promesa de Dios: el don de la tierra y la plenitud del reino. Los dos acontecimientos, la promesa a Abraham y la Teofanía del Tabor, no quedan cerrados en sí mismos, sino que apuntan al pasado y al futuro. Los discípulos en el monte de la Transfiguración son presa, primero del sueño, luego de la angustia. Así sucede siempre cuando Dios está tan próximo al hombre. Esta fue la experiencia de Israel en el Sinaí.
  3. “Nuestra patria está en el cielo”
    1. La segunda lectura coloca toda la existencia humana en la provisionalidad que, en la Transfiguración, apunta hacia el futuro. Quien está entregado a la ‘carne’ “es enemigo de la cruz de Cristo”. Pero, sigue a Cristo, la espera del cielo, dónde el cristiano tiene su patria desde ahora. Y el cielo no es un lugar sin mundo, pero es aquel lugar, dónde “nuestro pobre cuerpo asumirá la figura de su cuerpo ‘glorioso’ y el mundo del Creador recibirá su última forma como mundo del Redentor. Aquí somos insertados definitivamente en el Pacto entre Dios y la creación en Jesús Cristo, que incorpora en sí mismo este Pacto entre Dios y el hombre.

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