MISA DOMINICAL: TERCER DOMINGO DE CUARESMA, AÑO C
Ex 3,1-8. 13-15; 1Cor 10,1-6.10-12; Lc 13,1-9.
1. “Quizás tenga ya frutos.” El Evangelio no consta de puras admoniciones. Se cuenta a Jesús que Pilatos hizo matar a dos hombres y que a la caída de una torre muchos fueron aplastados. Y, en seguida, la concepción ‘retributiva’ de la divinidad: “Por ello todos los otros, mientras pecan, están igualmente amenazados”. Jesús responde con gran ironía. Les cuenta la parábola de la higuera que no da fruto. Se debería cortar, ya que es sólo un parásito. Pero, por la intercesión del jardinero el árbol tiene otra oportunidad: “Quizás entonces dará fruto. Si no, la harás cortar”.
Lo primero se podría interpretar como que cada uno está amenazado por la espada de Pilatos. Lo segundo es más difícil: no se sabe cuándo y dónde caerá otra torre. Ahora la higuera lo pone todavía más difícil: No está todavía maldita, pero ha puesto a prueba hasta el extremo la paciencia del propietario: el hecho que ha sido abonada, que se ha cavado la tierra alrededor de ella, el hecho que se le ha respetado la vida, no han producido el fruto esperado. Se les ofrece, a la higuera y al hombre, todavía la gracia, pero ellos, junto con la gracia, han de dar fruto.
2. La segunda lectura ofrece una síntesis de las gracias concedidas al pueblo de Israel en el desierto: el cruzar el Mar Rojo, la comida del cielo y la bebida de la roca, que según la tradición, caminaba junto con el pueblo y cuya agua de vida ya anunciaba a Cristo. Pero de nuevo hace falta aquí la admonición: el pueblo es ingrato, tiene nostalgia de las exquisiteces de Egipto, se deja extraviar, tiene comportamientos desordenados y murmura contra Dios. Es por ello, que aunque Dios los castigó, la mayor parte de ellos no alcanzaron la meta prometida por Dios.
3. La Iglesia que, ante la Sinagoga, no ha de pretender una seguridad más grande. Precisamente, porque tiene mayores gracias tiene, también, mayores riesgos. La desviación peor es la de los que fueron destinados por Dios para ser luz y guía para otros y acabaron infieles a su misma elección. Los que deseaban la santidad más grande pueden convertirse en los apóstatas más peligrosos y arrastrar, en su caída, un número importante de miembros de la Iglesia (Ap 8, 11).
4. Pero es en la primera lectura, del Libro del Éxodo, donde hoy aparece algo muy transcendental, precisamente en la zarza ardiente. Algo que se comunica a Moisés para anunciar al pueblo el nombre de Dios: “Yo soy” es el nombre del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El nombre del Dios que salvará a Israel.
5. ¿Qué significa todo eso en el mundo y el contexto actual? Significa que las admoniciones que le llegan al hombre y que pueden cambiar su vida y su existencia requieren siempre su fidelidad a Dios que camina con él. ¿Sería por lo tanto ilógico inferir de aquí que la paciencia de Dios hacia el hombre que no produce fruto llega algún día a su fin y que, después de la manifestación del amor divino viene la de la divina justicia? Dios tiene una paciencia infinita, pero el hombre es finito y limitado en el tiempo y tiene que producir su fruto en un espacio temporal limitado.
6. La exigencia no viene de la limitación de la paciencia de Dios, sino de la limitación de la oportunidad del hombre para obtener su fin. Dios no está obligado por ningún contrato, ni por una limitación que no tiene, pero el hombre si que no es limitado en su oportunidad. Puede gozar de la misericordia de Dios por el espacio que él le conceda, pero con la condición, que también en este último espacio de misericordia tiene que producir fruto: el del amor total a Dios y el amor, como a sí mismo, al próximo.