SAN AGUSTÍN: EL OBISPO Y SU CLERO

1. El clero

1. El clero existía y fue objeto de no pocos ensayos de vida en común de los primitivos presbiterios, En este asunto Agustín fue también un verdadero ‘genio’. El presbiterio Hiponense de S. Agustín fue algo muy original. Comprendió la sublimidad del estado sacerdotal, pero entendió también que éste, no obstante su gran dignidad, no era un estado de perfección si no se le añadían las coordenadas de santidad que la misión de Jesucristo exigía. Valoró la grandeza del monacato, pero entendió que su disciplina era incompatible con las funciones de un sacerdocio destinado al pueblo cristiano.

2. Agustín percibió que no había incompatibilidad entre la vida monacal y la vida clerical con tal de que se supieran armonizar las exigencias de entrambas. Trató, él mismo, realizar esa síntesis, y esa síntesis fue su propio presbiterio, 

2. La casa episcopal

3. Para Agustín el clérigo debe ser ante todo clérigo, con sus características virtudes, la espiritualidad y el ministerio. Distintas de las del monje, según su sentencia “el buen monje, apenas es un buen clérigo”. Movido por este principio orientador, no se dejó llevar por su propio entusiasmo monacal, ni pensó en monaquizar su clero como hicieron Eusebio, Zenón, Martín y otros obispos. Apenas llegó al rpiscopado claramente vio la incompatibilidad de su nueva vida y las obligaciones que le imponía su nuevo ministerio y no dudó un momento en abandonar su tan amado monasterio, en que vivía juntamente con sus monjes, para trasladarse a su casa episcopal y convertirla en una especie de convictorio clerical, . 

4. Y al buscar un modelo para ese invento de « Casa Episcopal » volvió los ojos no a los desiertos 

monásticos que entonces florecían, sino a la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén, para encontrar en la vida de los Apóstoles la norma de su vida episcopal y la de su clero. 

5. La familia de Agustín es completamente clerical y él convive con ella. Conocemos los nombres de todos los que la componían: todos eran clérigos. De todos se podía decir lo que escribió de sus subdiáconos: « Son pobres y, con la gracia De Dios, esperan la misericordia divina. Carecen de bienes de los cuales puedan disponer. Despojados de los bienes, terminaron las apetencias terrenales. Viven con nosotros en sociedad común y nadie los distingue de los que aportaron algo. La unidad de la caridad ha de superar la comodidad de la herencia terrenal ».

6. La casa de Agustín más que un monasterio fue un convictorio familiar, una morada, un hogar sacerdotal. Es para Agustín la « casa » y, precisamente,  la « casa del Obispo » , el « Episcopio » , « nuestra casa », la « casa De la Iglesia ».Sólo una vez le da el nombre de « monasterio de clérigos ».

7.  La vida que se lleva en ella es « una sociedad », , « una vida social ». Por eso el presbiterio agustiniano es más un hogar que un monasterio, más sociedad que soledad, más caridad que austeridad. Su jefe es más padre que superior; los súbditos más hijos que vasallos; sus moradores son más hermanos que colegas. Su regla es la caridad sacerdotal, que vertical y horizontalmente rige, domina y transforma toda la vida comunitaria.

3. La vida comunitaria del clero.

8. Consecuentemente con este concepto de la vida común del clero, la norma e ideal del presbiterio Hiponense es la « aurea mediocritas » la « áurea medianía »’ tan propia del clérigo que ha de vivir con y para el pueblo. Toda la organización de la familia de San Agustfn está inspirada en ese espíritu que es el clima que penetra todo su programa de la vida en común del clero. 

9. Los vestidos de sus clérigos son decentes, sin desaliño ni lujo. La comida es frugal pero suficiente y nutritiva sin excluir de la mesa la carne ni el vino, objeto de prohibiciones rigurosas entre los monjes. Durante la comida común se leen escritos provechosos, pero también se conversa amigablemente o se trata y discute sobre los problemas interesantes, excluyendo con todo rigor e intransigencia toda murmuración respecto del ausente, según advertencia de un cuarteto escrito en un cartel y puesto en lugar visible del comedo. « Los Obispos y los presbíteros encuentran siempre fraternal hospitalidad en el hogar clerical y un puesto en el convivium sacerdotal, donde se sirve la comida en platos y vajilla decentes, de madera, mármol y plata. Y mientras los monjes se consagran al cultivo de la tierra y otros menesteres materiales, el tiempo que les deja libre la salmodia, los clérigos agustinos lo dedican al estudio, a la oración y a los diversos ministerios clericales en unión con el obispo.

4. La vida comunitaria de la Casa Episcopal

10. Es que para Agustín hay diferencia esencial entre el monje y el clérigo, entre el monasterio de su huerto donde continúan viviendo sus monjes, de donde traslada algunas veces monjes a su Episcopio, y el Episcopio donde vive con su clero. Aquéllos como monjes han de vivir en la soledad, retirados del trato con el mundo; éstos, en cambio, han de vivir en sociedad para santificar el mundo. . 

11. Por eso, su casa está adosada a la nave de la iglesia. En cambio, en el monasterio la iglesia ‘es para la casa. Sus clérigos, consagrados al bien del pueblo no han de rehuir los ministerios clericales para entregarse a la contemplación, sino que han de encontrar en dichos ministerios el clima propio y los elementos de su santificación.Pero esto exige un contacto constante con Dios, sin lo cual todo ministerio es dispersión y vaciamiento propio condenado a la esterilidad, contacto que no se puede conseguir sin una disciplina de vida, práctica de ciertas virtudes y de una buena dosis de vida contemplativa que defiendan y desarrollen el espíritu sobrenatural. 

12. Todos estos elementos preservadores y fomentadores del verdadero espfritu están cifrados en la triple renuncia: pobreza, obediencia y castidad, que forman el camino abierto por el mismo Cristo y enseñado por los Apóstoles primero y luego por la Iglesia. Agustín lo sabe y tan convencido está de la necesidad de dicho elemento que hace de ello una exigencia real para los que quieren formar parte de su clero. Es éste uno de los pocos casos en que Agustín se muestra inflexible e intransigente. El había dictado una norma según la cual nadie podía ser clérigo de su iglesia sino bajo condición de someterse a la renuncia de todos sus bienes por medio de una estricta pobreza evangélica y en vivir en comunidad bajo él y con los demás clérigos. 

13. Agustín exige más de lo que la legislación eclesiástica impone. Algunos se quejaron de ello. Sin embargo Agustín, amante de la concordia, cedió, pero, después de nuevas reflexiones, vuelvió definitivamente a su primera determinación y estableció como condición irrevocable para  la admisión a la clericatura la pobreza y la vida de comunidad. Consecuencia de esto, S. Agustín impone a sus clérigos la “profesión de la clericatura y de la santidad”. La “santidad” de que habla el Obispo Hiponense es la pobreza y la vida de comunidad avaladas por por un verdadero voto, En efecto, Agustín habla expresamente de ‘profesión’ y de votos respecto de su clero, y urge explícitamente a su cumplimiento. Muestra los males que acarrea su incumplimiento y lamenta la conducta de uno de los clérigos de su presbiterio de nombre Jenaro quien, no obstante su voto de pobreza, retuvo clandestina y dolosamente un campo y murió después de haber confirmado su posesión por medio de un documento público. La pena que apesadumbró a San Agustín y que manifestó a su pueblo con expresiones tan graves indica la seriedad del compromiso a que se sometían sus clérigos. 

14. Todo ello, traducido a nuestro lenguaje jurídico actual, indica que el clero Hiponense vivía bajo el régimen de un verdadero estado de perfección no justificado por los vitos, sino como exigencia del servicio ministerial. Agustín nunca confundió dicha vida con la de los monjes, ni identificó a sus clérigos con ellos. No eran monjes. Tampoco eran seglares que ejercían de clérigos, eran clérigos sometidos a los consejos evangélicos  eran clérigos bajo el régimen de un estado de perfección que imitaba la « vida apostólica » relatada en el libro « Hechos de los Apóstoles ».

Mons. Jaume González-Agàpito

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